Un viejo escrito de Santino que ha salido a la luz. No se lo pierdan. Es muy esclarecedor.
Lestat de Lioncourt
"Me dirijo a ninguna parte. Me he
convertido en un dilema incluso para mí mismo. La ratas han
infectado las calles, el ruido de sus frías patas es como el sordo
cantar de la lluvia contra los cristales. Puedes encontrar cuerpos
arrojados a un lado y a otro. Hay quienes los recogen para prenderles
fuego, sin saber siquiera su nombre o cómo era su rostro. Nos hemos
deshumanizado, convirtiéndonos en monstruos con las manos piadosas
de Dios. Nosotros elegimos si huir o permanecer, pues si permanecemos
es para sobrevivir a una tragedia terrible que ya no tiene frontera.
Nos convertimos en ángeles oscuros que tocamos con la muerte."
Eso ocurre siempre, una y otra vez, en mis oscuros recuerdos.
Eso ocurre siempre, una y otra vez, en mis oscuros recuerdos.
Mis pasos por las calles se habían
convertido en un deambular habitual. La lluvia caía precipitadamente
sobre Florencia. Esa noche cada uno de mis pasos podría ser el
último. Era un piadoso sacerdote, enfermo y con el deseo insano de
morir antes del amanecer; pero no lo hice. Alguien me impidió que
alcanzara la paz y gloria eterna.
No escuché sus pasos, tampoco sé si
me agarró con demasiada violencia. Lo único que recuerda mi febril
muerte son sus colmillos, el sabor metálico de la sangre y sus
palabras jadeantes. Estaba entusiasmado con lo que había hecho. Tan
vil y desgraciado, pero a la vez consciente que aquello traería
consecuencias terribles para ambos. Mis ojos castaños intentaron ver
más allá de su capucha, pero no pude identificar rostro alguno.
Todo era muy confuso. Me había sentido enfermo, casi moribundo, y en
esos momentos la vida tenía otra nueva paleta de colores.
Mi tortuoso y cruel camino comenzó
aquel día. La maldad que se engendró en mi corazón pudrió todo lo
que yo creía. Fui desprovisto de la gracia de Dios, de la bondad que
una vez asistió a mis manos hundiéndose en las flemas de los
desarrapados y finalmente expulsado a un éxtasis animal dedicado a
la sangre, pecado de la blasfemia y el horror. Me convertí en
vampiro y líder religioso. Me inculcaron unos nuevos valores.
Hicieron que creyera que servía a Dios a través del Diablo,
llenaron mi cabeza de una razón imposible de contradecir y mi alma
se endureció.
Me convertí en Santino, el líder de
la secta italiana. Recorrí las calles arrastrando a otros a mi
locura. Procuré tener un séquito de fieles leal, abundante y
controlado. Combatimos contra aquellos que nos tachaban de enemigos
de la verdad. Asesinamos a hombres y mujeres inocentes, pues
matábamos igual que Dios: indiscriminadamente.
Sin embargo, él llegó. Un joven
vampiro de cabellos de fuego me cautivó. Torturé su alma y su
cuerpo como me habían enseñado. Lo convertí en mi discípulo y le
entregué los mismos preceptos que a mí me otorgaron. Pensé que lo
salvaba, pero no era así. Quedé vacío después de enviarlo a
París, si bien no sería el peor de los castigos. Armand no sería
mi mayor debacle. Acabaría cayendo frente a Pandora. Ella era una
mujer mundana que se movía como una diosa, pues era mujer de mundo y
diestra con la palabra. Una mujer que parecía común a lo lejos,
pero luego sus labios se movían con la sabiduría de mil hombres y
sus ojos eran tan apasionados como hermosos. Me conmovió la verdad
que hallé y la maldición que me lanzó. Me dijo que pagaría por
todo lo que había hecho, ¿pero no hice lo que me enseñaron? ¿No
fui preso de las circunstancias? Lo fui. Por supuesto que lo fui.
Pero pagué con el desprecio que ella me dio, el miedo que sentí de
Armand hacia mí y la soledad que sentía a pesar de estar rodeado de
otros como yo. Sólo las ratas, y su sonido, me mantenían cuerdo.
Tuve dos grandes amores, tan terribles
como dolorosos, que escupieron sobre mis palabras y me dieron la
espalda. No los culpo. Yo le di la espalda a Dios. Flagelarme no
serviría de nada. Mi vida será el mayor de los infiernos. Tenía un
poder fatal y unas creencias tan fuertes que perjudicó mi alma.
Cuando quise retroceder mi corazón era negro, una gema tan negra
como el azabache, y no podía escapar. Era un necio lleno de salmos
vacíos. Ahora sé que lo fui. La sangre no transformó al sacerdote,
fueron las creencias implícitas en la sangre y una verdad terrible
lo que hizo que se convirtiera en un ser horrible. Sé que merezco mi
castigo, pero quiero creer que vendrá de manos de Dios. Aún creo en
Él.
Santino
6 a.m del 30 del 11 del 2000 Después
De Nuestro Señor Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario