Memnoch sigue intentando convencernos que él no es el culpable... ¡Y yo me lo creo!
Lestat de Lioncourt
Las calles están repletas de almas
solitarias. En este mundo moderno donde todo tiene fecha de
caducidad, o simplemente deja de estar a la moda, los milagros no
existen. Las noticias que no salen en televisión no son veraces, no
llegan a la mayoría y si llegan están tan sesgadas como deseen los
propietarios del gran oligopolio de las comunicaciones. Miles han
abandonado la fe en Dios y se han encaminado a la fe barata del
dinero. La propia iglesia ha caído de rodillas ante el brillo dorado
de las monedas que arrojan a sus templos. Muchos hombres, pescadores
de almas y beneficios, deciden prácticamente quien muere y quien
vive. Sus conciencias están limpias y pueden dormir por las noches.
Los corazones ya no tienen esperanza, pues la mayoría se han
convertido en piezas oscuras imposibles de amar. Si bien, la bondad
existe. Sí, existe. Sin embargo, aunque existe es difícil de creer.
Sólo vemos el lado oscuro del mundo, ese que es mucho más fácil de
contemplar.
Mientras quede una brizna de pureza,
aunque sea en las lágrimas de un anciano y en la sonrisa de un niño
recién nacido, el mundo tendrá posibilidades. Sin embargo, Dios
abandonó su proyecto más preciado hace mucho tiempo. Han quedado
solos, desamparados, olvidados y convertidos en pura leyenda. No son
lo importante. Si quieren acercarse a él pueden hacerlo, él no
rechazará la presencia de sus hijos en el Reino de los Cielos, pero
es casi imposible en un mundo donde miles de humanos se convierten en
sus propios demonios y susurran al oído de otros tantos. La libertad
desmedida, la escasa información y la carencia de fe, han obligado a
muchos a recorrer el infierno arrastrando sus cadenas.
No permanezco contemplativo. He
decidido hace mucho bajar una y otra vez a las calles de las grandes
ciudades, recorrido pueblos casi desérticos, contemplado la muerte
en el punto de mira del arma reglamentaria de un soldado, escuchado
las bombas caer en Gaza, corrido junto a un ladronzuelo, recorrido el
desierto con hambre y sed, vivido entre los más humildes y
despreciado a los ricos gracias a la muerte de otros mientras me
manifestaba junto a jóvenes que parecían descreído. Soy el
demonio. Soy el culpable que todos desean sacrificar. Sin embargo,
recorro el mundo buscando diez almas. Sólo son diez almas. Diez
hermosas almas. Un día las encontraré y salvaré al mundo del mismo
modo que lo intentó Jesús. Yo no fallaré. Yo ya os conozco bien.
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