Esta conversación no entró en mis memorias, pero ocurrió.
Lestat de Lioncourt
De nuevo todo ocurrió frente a mis
narices. Fue terrible. Jamás comprenderé como pude sobrevivir a
ambos acontecimientos. Mi alma se sintió caprichosamente satisfecha
al saber que seguiría una noche más en medio de esta vorágine de
sentimientos mezclados, emociones terribles y gritos en la oscuridad.
Era increíble el ver, y casi palpar, la tragedia. Pude haber
llorado, pero me abstuve. No se precisaba un vampiro cobarde, sino
uno que pudiese sostenerse por sí mismo. La melodía del piano de
Sybelle quedó interrumpida, del mismo modo que el programa de radio
que Benji solía conducir. No existía el murmullo de los artilugios
de Armand. Todos y cada uno habíamos acudido a un lugar mucho más
triste, miserable y lúgubre.
Allí, junto a todos los que conocí y
algunos nuevos conocidos, contemplamos como ella era colocada con
cariño en un hermoso ataúd. Muchos contenían sus lágrimas, pero
otros se lamentaban audiblemente. No he acudido a muchos funerales en
mi vida. Ni siquiera fui al de mi madre. No recuerdo ya como se
comportan habitualmente las personas cuando tienen que dar el pésame.
Nunca me había planteado hacerlo. Pero ella lloraba. Aquella hermosa
pelirroja lloraba desconsolada. Sinceramente, ella estaba sola.
Lestat merodeaba con la cabeza gacha,
las manos en los bolsillos de su americana y sus cabellos rodados
resplandecientes en medio de la noche. Era la esperanza. Ahora, él
era líder. Marius lloraba sin poder evitarlo. Gabrielle despedía
con una suave caricia el ataúd mientras David, y otros tantos, se
dedicaban a echar tierra sobre aquella tumba. El príncipe de todos
era quien se llevaba mis miradas. Él, como he dicho, merodeaba y
parecía hundido. Sus hombros estaban bajos, sus ojos perdidos en
medio de aquel paisaje tan distinto a lo que solíamos conocer.
Decidí acercarme a él, tomándolo del brazo. No estaba molesto por
todo lo que me había ocultado. Ni siquiera pensaba en lo malo que
habíamos vivido. Sólo quería abrazarlo. Sin embargo, fue él quien
me abrazo como si fuese lo único que tuviese en ese mundo.
—Louis... —balbuceó hundiendo su
rostro en el lado izquierdo de mi cuello. La punta de su nariz se
hundió entre mis cabellos y sus labios rozaron mi piel en pequeños
besos. Yo sólo me dejé abrazar sin apartar mi mano de su brazo.
—Todo ha pasado. Ellos han muerto,
pero nosotros estamos vivos para recordarlos—dije. No esperaba
consolarlo, pero sí hacerle ver que nuevamente habíamos superado
todo.
—No sé donde están muchos... ¿y si
han muerto?—preguntó frunciendo el ceño mientras me acariciaba el
cabello, como si eso le calmara—. Tampoco sé que ocurrió con el
cuerpo de Akasha...
—Lestat, lo importante es que
aquellos más cercanos a ti estamos vivos. Estamos aquí. Somos una
realidad tangible—susurré apartándome mientras le tomaba del
rostro—. Has salido más fuerte que nunca. Has logrado vencer la
adversidad. Comprendo tu dolor, pues puedo sentirlo y verlo en tus
ojos, pero hundirte sólo servirá para que otros lo hagan. Pronto
Benji hablará a todos, narrando la verdad, y tú, mon cour, tendrás
que hacer frente a todo. ¿Comprendes? No puedes caer. No voy a
permitir que suceda lo mismo que aquella vez...—él me sonrió de
una forma dulce. Pocas veces veía tanta bondad y respeto en su
rostro. Una sonrisa cargada de melancolía y dolor. Algo que no podré
olvidar jamás.
—Te amo—dijo—. Os amo a
todos—añadió—. Pero necesitaré unos días para asumir que hay
cientos de jóvenes ahí fuera reducidos a cenizas. Muchachos que
como yo decidieron ser rebeldes y romper reglas, imponiendo las suyas
y la libertad...
—Lo comprendo.
—Soy Príncipe de los
vampiros...—balbuceó alejándose de mí, pues me apartó las manos
y caminó hacia un pequeño sendero cercano—. Algún día sabré
que sucedió con todos y cada uno...
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