Julien vuelve a dejarnos algunas palabras memorables. Algo, por muy poco que sea, le quiero.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo aquella época en la cual era
sin duda uno de los solteros más cotizados. Mis ojos claros
perseguían prestigio familiar, no faldas y bares. Me dedicaba
constantemente a mis proyectos. Era un hombre de futuro, no de
pasado. Las cadenas que aún pendían de mí se habían perdido hacía
tiempo. La risa estruendosa de mi madre aún hacía mella, pero era
un dolor leve y nada más. Mi abuela había desaparecido hacía
décadas, pero aún recordaba sus manos acariciando mis tupidos rizos
mientras decía que era un chico muy listo.
Los libros que ya había leído se
amontonaban cada vez más. Ya no eran frases sueltas, sino historias
completas. Conocía los autores clásicos como los vanguardistas
eruditos que surgían por doquier. La literatura se estaba llenando
de sangre nueva. La vida no era plácida, pues era dura y llena de
trabajo sobre la mesa. Sin embargo, recuerdo que disfrutaba
cabalgando por las calles de la ciudad. Todos pensaban que llegaría
lejos y que mi sombra ya era alargada. Era amado por mis esclavos,
pues más bien eran hombres libres a mi servicio y beneficio. Eran
buenos hombres, muy trabajadores, y jamás morderían la mano que les
alimentaba.
Mis cabellos seguían siendo oscuros,
tupidos y rizados. Tenía unos encantadores ojos azules sin una
arruga. Mis labios eran seductores cuando sonreía y mis manos
parecían ser de seda. Muchas mujeres suspiraban cuando pasaba. Me
gustaba ser un caballero, de esos que ayudan a cruzar a las ancianas
y se porta con decencia. Si bien, por las noches comenzaba a ser el
lado oculto de la luna. Lasher me poseía y empezaba a beber desde
temprano, coqueteaba con cualquier mujer de generoso escote y
propagaba mi semilla allá donde iba. Nadie lo comprendió jamás.
Me casé con una mujer, como debía
ser, pero ¿la amaba? De forma egoísta. Quería retenerla a mi lado,
que me diese hijos fuertes y hermosos, aunque amar no estuviese en mi
vocabulario. ¿Ella me amó? Lo dudo. Dudo que me amara más allá
del dinero, pero sí puedo llegar a creer que me tenía cierta estima
que se fue desgastando. Terminó abandonándome, contando historias
terribles sobre mí e intentando que nuestros hijos se apartaran del
mismo modo que ella lo hizo. No logró nada.
Mi hermana estaba cada vez más frágil.
Se marchitaba como un lirio. Sus labios ya no sonreían, sus ojos no
tenían fuerzas y sus manos parecían diminutas. Moría. Moría
envenenada por el amor y la locura. Me amó como jamás me ha amado
nadie. Ni siquiera mi adorado anticuario o Evelyn. Lo sé. Sin
embargo, mi amor hacia ella era el típico de un hermano mayor que
quiere protegerla incluso de sí misma. Hubiese dado cualquier cosa
porque mi corazón latiera por ella, pero no fue así.
En la calle me esperaba mi amante.
Llevaba una camisa simple de algodón, unos pantalones muy elegantes
a juego con sus tirantes y una gorra que yo mismo le había regalado.
Un chico mulato, muy alto y esbelto. Caminaba a mi lado hablando de
mil sueños que parecían no despegar nunca. No fue el único hombre
de su condición que acabó entre mis sábanas, seducido por el calor
de mi cuerpo y el deseo de mi alma. Si bien, fue de los pocos que no
le importaba sonreír descarado cuando yo lo hacía. Murió noches
más tarde, en una pelea, y mi corazón se rompió durante algún
tiempo. Era como si el tiempo se hubiese detenido. Entonces, empecé
a verlo por todas partes. Su fantasma me perseguía intentando
protegerme, pero se cansó y desapareció del mismo modo que llegó.
Esa noche fue una de las mejores de mi
vida. Gané una de las partidas más rocambolescas en las que he
participado. Manfred Blackwood parecía no tener rival, pero llegué
yo con mi astucia y me quedé con todo lo que había ganado durante
la noche. Creo que ahí empezó la amistad. Una amistad que duró
mucho tiempo.
Glem, como se llamaba el muchacho, me
pidió algo del dinero ganado para comprar un caballo. No dudé en
regalárselo. Era para él, para disfrutarlo junto a mí, ¿por qué
no iba a ser generoso? Lasher lo miraba con envidia. Una envidia
desmesurada. Creo que hice mal en demostrar cuanto me importaba
Después de su muerte siempre fui terriblemente discreto con mis
sentimientos y, por increíble que parezca, mis amantes dejaron de
caer como moscas. Aún así, alguno que otro murió. Cambié de aires
muchas veces, me dejé besar por cuanto hombre me diese una pizca de
libertad y un poco de ritmo en la cama. Disfrutaba siendo la furcia
de arrabal que tanto ansiaba aquel maldito monstruo que me perseguía,
para luego ser usado como un trapo sucio cuando él aparecía. Lasher
me encendía, pero no me llenaba. Él no lo comprendía. Si bien,
jamás dejó de decir que me amaba.
Si me preguntaran por Lasher no sabría
que decir. Sólo sé que lo he usado tanto como él me ha usado a mí.
¿Amarlo? Puede. ¿Odiarlo? Depende. Todo es demasiado complejo en el
alma de un Mayfair. Tal vez fui un estafador de sueños, un ladrón
de buena condición y un ambicioso empresario con grandes portentos
ocultos. Sin embargo, algo de mí era humano y deseaba sentir el
amor. Un amor que no vino. Un amor que si llegaba era agridulce.
Porque el amor es algo que no podemos tener. Lo único cierto es la
muerte y los millones que heredarán nuestros descendientes.
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