Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 25 de diciembre de 2014

Tiempo

Bueno, no todos se besan bajo el acebo. Si no me creen pregunten a Daniel. 

Lestat de Lioncourt


Las calles parecían vacías, el silencio era impenetrable, las pequeñas puertas tenían colgados sus adornos y las farolas iluminaban con sus luces pálidas algunos rincones. La vida parecía haberse detenido en un segundo exacto, como si el mundo contuviese el aliento, mientras en algún lugar el reloj marcaba un nuevo segundo crucial en la vida de todos. La nieve comenzó a caer sobre la ciudad, copo a poco, amontonándose en las aceras mientras la estampa puramente invernal conmovía a quien la observaba. Los grandes edificios parecían no inmutarse, las pequeñas construcciones se adornaban como en un cuento de Navidad y, posiblemente, un moderno Dickens escribía todo en su cuaderno para inspirarse segundo a segundo.

Sólo una maqueta.

Las calles estaban desiertas porque era una maqueta. Una maqueta perfecta. Unas manos blancas, casi marmóreas, daban su último toque añadiendo algunas luces festivas a un bar olvidado en una esquina. Sus ojos, casi violetas, se concentraban en cada milimétrico detalle. Quería reír, cantar y brincar ante aquella maravilla. Sin embargo, él solo guardaba silencio.

A sus espaldas un ángel de cabellos rojizos observaba todo. Parecía frágil, con un rostro de porcelana propio de una escultura delicada instalada en una fría iglesia. Sus labios eran pétalos de rosa pintados con maestría. Tenía un aspecto majestuoso, pero simple. Era un jovencito contemplando a un genio enloquecido por su propio talento. El suéter cálido tenía un cuello de cisne que cubría su garganta y le daba un aspecto delicado. Parecía un ángel.

Daniel vestía con una simple camiseta, desabotonada, y unos pantalones grises arrugados. No tenía zapatos. El pelo estaba revuelto y parecía cansado. Había estado creando esa maqueta durante semanas. Sin embargo, había terminado. La última nota de color había caído sobre la puerta. Un adorno común y corriente. Algo que le diera el toque final. Había creado una urbe en plena navidad.

—¿Qué quieres?—dijo áspero.

—Vine a verte, ¿no puedo?—preguntó Armand.

—Claro que sí, pero tus visitas no son comunes—explicó—. No sueles venir a contemplar mi ociosidad.

—¿Y qué quieres que contemple? ¿Los adornos del árbol?—inquirió.

—No estoy dispuesto a conversar—susurró incorporándose de la silla, para caminar unos tambaleantes pasos agotados y sigilosos, mientras le miraba—. Sólo quiero descansar.

—¿Desde cuando no bebes sangre?—preguntó ligeramente preocupado, aunque intentó ser discreto.

—¿Y a ti que te importa? Soy un experimento que te salió mal, ¿no es así? Mírate, ahí plantado como un ángel sacrificado—. Se maldijo internamente al encontrarse solo. Igual que maldijo a Marius. ¿Dónde estaba? Lo había dejado solo con ese lunático. No quería regresar a la Isla de la Noche ni quería sacrificarse por un estúpido.

Armand lo tomó de los hombros, apretando ligeramente estos, para dejar un beso suave en sus labios. En ese beso le ofreció su sangre e instintivamente bebió de él. Daniel se aferró al pequeño cuerpo que se presentaba como un regalo. Un mágico regalo del primer día de Navidad. Tal vez sí se amaban, pero de forma extraña. Tal vez sí había esperanza enterrada bajo la nieve.



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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt