Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 16 de diciembre de 2014

Frío navideño

Armand dejando constancia que quiere amor. ¡Pues que deje de torturar a todos!

Lestat de Lioncourt


Las calles parecen distintas desde hace algún tiempo. Tienen una melodía nueva. Quizás soy yo. Tal vez me estoy volviendo más detallista. No lo sé. He encontrado nuevos detalles que jamás había visto. Es como si el mundo hubiese tenido un velo, una pequeña capa similar a una nebulosa, que me hubiese impedido ver todo tal cual era. Las luces de los comercios, sus elegantes y llamativos escaparates, se muestran muy atractivos para las últimas compras navideñas. Cientos de personas, humanos todos ellos, caminan despreocupados sobre cualquier guerra que se propague en las terribles sombras.

La humedad se condensa. El vaho sale de los labios de todos aquellos que me cruzo. Mis manos están congeladas, pero me gusta llevar las manos sin las ataduras cálidas de unos guantes de cuero. Lejos de la vida social opulenta en los callejones hay quienes mueren de frío. No muy lejos de uno de los mayores centros comerciales puedes ver a gente sin mucha fortuna revolviendo contenedores, buscando algo que llevarse a la boca o que abrigue su cuerpo.

Ayer hice mi acto de caridad. Mi buena obra.

Todo comenzó hace algunas noches. Me encontraba en mi apartamento, con la calefacción centralizada provocando que mis mejillas mantuvieran el calor de mi última víctima, la televisión parecía parlotear sin más mientras Sybelle y Antoine practicaban nuevos villancicos que habían escuchado en un supermercado cercano. Benji había decidido salir. Louis llevaba semanas fuera del apartamento, pues había decidido ir a encontrarse consigo mismo y Lestat. El viejo diálogo de una conocida película provocó que prestara atención.

«Les daré un pronóstico para el invierno: será frío, oscuro y durará... el resto de sus vidas.»

Bill Murray aparecía en escena con su típico micrófono mientras miraba a cámara. Era un hombre derrotado. Aquel sueño de invierno estaba durando demasiado. Un sueño que era pesadilla. Un hombre atrapado en un día aburrido que no deseaba, pero que empezó a sentirlo como parte de sí mismo. Conocía bien esa película. Sabía su final y cada uno de sus discursos. Andie MacDowell se veía hermosa. Ella parecía un ángel en mitad de aquel pueblo nevado. Mis ojos castaños se concentraron en la nieve amontonada en las calles, en ese invierno que estaba durando demasiado. De repente recordé la escena donde el mendigo moría una y otra vez, sin que él pudiese hacer nada. Por mucho que le diese algo de abrigo, dinero o lo llevase pronto al hospital. El hombre moría. Era como una premonición. Le decía que aunque ese día ocurriese siempre no significaba que fuese un día común.

Decidí incorporarme, arrastrar mis pies hasta el perchero y tomé mi abrigo de plumas azul marino. Me coloqué uno de los gorros de lana, la gigantesca bufanda y metí en mis bolsillos un puñado de billetes. Desconocía que se había apoderado de mí. Quizás algo me gritaba que saliese de aquel lugar, tan cálido, y me enfrentase a la realidad. Muchos habían muerto y no me importaba, ¿por qué? Mataba a decenas cuando los veía en mis calles, ¿pero era mi ciudad? ¿Conocía Nueva York como creía?

Caminé durante un largo rato. Me crucé con varios grupos de personas. Era ya tarde, casi las once, pero parecía que muchos aún apuraban las últimas horas de un Black Friday que parecía ser el último de sus vidas. Entonces, como si fuese un milagro, escuché una tos fuerte y el castañeteo de dientes de alguien que se congela. Me giré ligeramente hacia la derecha y en un callejón, olvidado del mundo, había un hombre de unos setenta años. Rápidamente me convertí en Phil Connors, interpretado por Bill, levantando al hombre para colocarle el puñado de billetes en la mano. Sin embargo, un vampiro reconoce el hedor de la muerte. Ese hombre moriría pronto.

Como buen cristiano le di una muerte rápida, indolora y en mi compañía. Eso sería mucho más de lo que él esperaría. Un hombre olvidado por su familia, desahuciado del mundo por ser pobre, alejado de la sociedad únicamente porque no tenía hogar, moría en mis brazos dando su último suspiro como Jesucristo cuando se hallaba en la cruz.

Puede que no me interese ya lo que ocurra a vampiros jóvenes e incapaces de protegerse a sí mismos. Sin embargo, ¿puedo decir lo mismo ante las desgracias de aquellos que sufren, o sufrieron, del mismo modo que yo? No lo sé.

Hoy camino por las aceras buscando a Davis. Sé que ese hermoso vampiro de piel oscura y pies ligeros, tan ligeros como lo fueron en su día de bailarín, se encuentra en las calles observando a los jóvenes mortales crear arte urbano, moviéndose de un lado a otro sin rumbo fijo, y yo, como si fuera un estúpido niñito, quiero un abrazo aunque sea suyo y prácticamente no nos conozcamos de más de unas noches.


«¡Hey! ¡Davis! ¡Te estoy buscando!»

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt