Michael recuerda algo que todos deberían tener en cuenta...
Lestat de Lioncourt
El amor puede llegar en cualquier
momento, pero en un mundo como este, tan extraño y gris, puede ser
tarea imposible. La vida parece plagada de obstáculos para que el
odio gane terreno, junto al rencor y tantos sentimientos negativos
que contaminan nuestras almas arrojándolas a un lugar similar al
infierno. Aprender a superar ese trance, donde todo parece derrumbado
como en una película bélica, es difícil para los más jóvenes
como para los más experimentados. Si bien, siempre hay un brote en
mitad del desastre, una sonrisa amable que provoca el nacimiento de
un nuevo comienzo. El amor es ese brote tierno que quiere surgir de
entre los cascotes de un refinado mundo donde el dinero es de
plástico, eres la ropa que usas y jamás tienes oportunidad alguna
de ser por completo feliz.
Hay quienes han desesperado por amor,
pero otros han logrado vencer cualquier terrible obstáculo. Esos
obstáculos no son nada, ni siquiera minúsculas piedras en el
camino, cuando uno comprende que la felicidad es igual de valiosa que
el esfuerzo. La espera merece la pena. Siempre merece la pena. Aunque
parezca que el aliento se pierde y el dolor yace en lo más profundo
de nuestras almas.
Rozaba los cuarenta años cuando ella
apareció. Estaba en mi mejor momento profesional, pero en el peor a
nivel sentimental. Había fracasado tantas veces que no era capaz de
echar la vista atrás. Mi última relación fue un tremendo fracaso.
Perdí parte de mi alma en aquel círculo vicioso de dolor,
desaliento y lágrimas. Tuve que aceptar, con los brazos caídos y
los ojos enjugados en lágrimas, la muerte de un hijo que ni siquiera
llegó a tener sueños propios o conocimiento real de su existencia.
Durante meses la imagen de fetos
creciendo en el líquido amniótico me perseguían allá donde iba.
El alcohol no lograba borrar esa profunda herida. Siempre quise tener
una familia y ofrecerle a mis hijos, fuesen del género que fuesen,
mi comprensión y total entrega. Por razones que desconozco, o quizás
por apego sentimental, puse nombre a ese niño que nunca llegó a
formar parte de mi vida, aunque sí de mi historia y mi dolor. Lo
llamé Chris.
Hace dos décadas que sucedió una
tragedia similar. Había contraído matrimonio con la mujer que me
había salvado la vida, tanto física como emocionalmente, y me
encontraba completamente repuesto ante el dolor. Ella era la flor que
embellecía mi jardín. Al fin había logrado todo lo que deseaba.
Tenía éxito profesional, una joven e inteligente esposa, una
mansión en mi ciudad natal y un hermoso jardín que se llenaba de
familiares dispuestos a brindar con nosotros en cualquier ocasión.
Nada podía empañar la felicidad. Sin embargo, todo se emborronó
bañándose de sangre una mañana de Navidad.
Fue el 25 de Diciembre de 1990. La
ciudad se colmaba de cantos a la natividad de Dios. El niño Jesús
nacía en el portal de cada belén. Todos agradecían la paz y bondad
de esas fechas. Pero cuando daban las doce campanadas en el reloj,
justo media noche, su hora había llegado. Era la hora de la bruja,
de su madre, para dar luz a un hijo que sería dominado por un
espectro que siempre aguardó. Él tuvo incluso más paciencia que
todos nosotros. Él no buscaba amor, ni venganza, ni crueles
designios. Él quería vivir nuevamente teniendo una oportunidad,
pero era caprichoso y vil. Tan cruel y poderoso que prácticamente
rompió en mil pedazos la familia, acabó con la vida de varias
mujeres jóvenes y me ingresó durante meses en un hospital. Si bien,
la peor parada fue Rowan, mi mujer y su madre, que fue secuestrada y
violada reiteradamente por ese engendro.
Este tiempo de amor, paz y refugio de
bondad jamás será el mismo para mí. No veo con ilusión las luces
del árbol. Cada navidad me pregunto que hubiese sucedido si nuestro
hijo hubiese nacido como un niño común, con un rostro similar al de
ambos y una sonrisa mágica. Siempre me pregunto como sonarán sus
pasos por la escalera un día de Navidad. Siempre lo haré como una
tortura cruel. Pero sé que esa terrible tortura no lo es únicamente
para mí, pues ella también sufre y lo hace en silencio sin permitir
que sus ojos grises se llenen de lágrimas.
Pero el amor nos une, nos ata y nos ha
dado la fortaleza para continuar pese a todo. No importa cuantos 25
de Diciembre sucedan, ni las restantes fechas del calendario, pues
siempre nos tendremos el uno para el otro.
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