Julien cuenta su muerte. Hay que tener en cuenta que siempre estuvo ligado a esa casa... y sigue estándolo.
Lestat de Lioncourt
Miles de leyendas se agolpan en las
calles de esta ciudad. El amanecer parece querer despuntar, pero la
furia de la tormenta no despeja los cielos y aún la oscuridad es
perpetua. Las ramas de los árboles se mecen enfurecidas arrastrando
la escasa paz del jardín. Se respira dolor. Las gotas de lluvia ya
salpican incluso en el interior de la habitación. Mi cuerpo cae
hacia el exterior, mis brazos parecen suplicar a la noche y mis
rodillas están clavadas en el frío piso de madera. He muerto.
La muerte me sobrecogió en la cama,
pero deseaba ver por última vez el lugar de mi maldición. Las
flores del jardín, cargando al dondiego de su especial aroma,
parecen caer derrotadas. Las calles cercanas gimen en mitad de la
ventisca, pero las restantes están tan silenciosas como siempre. En
algún lugar un perro aúlla asustado y un borracho cae de bruces al
no poder mantenerse en pie. Y yo, aquí, arrojado sobre el alfeizar
de la puerta mientras Lasher llora por mí. ¿Llora por amor o porque
no podrá usar nuevamente mis encantos? No lo sé. Desconozco los
motivos. Sin embargo, contemplo todo atónito desde una de las
esquinas de la habitación. Yo también deseo llorar.
Toda mi vida ambicioné demasiado, viví
como pude con el miedo adherido a mis huesos, mis sonrisas eran una
máscara de horror y miseria, jamás dejé de sentirme solo a pesar
de estar permanentemente acompañado y mi dolor, ese dolor agudo,
atravesaba mi corazón como un puñal recordándome que había
fracasado en multitud de ocasiones. Lasher seguía allí. Él
permanecía y nadie podría controlarlo como yo.
Uno de mis libros cayó debido a una
oleada de mi energía. La misma que rozó los bajos de la cama. Él
no se percató. Corría escaleras abajo llorando mi muerte. Me
abandonaba dejándome tan sólo como siempre. Deseé pedirme a mí
mismo algo de valor. Recordaba el rostro de la única mujer que amé
con todo mi corazón, y esa era mi dulce Evelyn que en esos momentos
estaría en su cama aguardando mi triste final.
Desconsuelo. Sólo eso.
Pude conocer el amor por última vez.
Toqué las puertas del cielo y caí de bruces frente a la dura
realidad de mi ventana. Jamás me marcharía de entre los muros de la
mansión. Vería los días más oscuros llegar como una locomotora de
gris humo. Mi familia, mi legado, mi verdad, mis palabras, el fuego
infernal desatado en las últimas semanas en el jardín y mi dolor.
Sí, mi dolor. Eso quedaría allí también. El humo de mi pipa se
extendería como el delicioso aroma del chocolate, la pluma volvería
a escribir mi rubrica en alguna ocasión y la verdad algún día
liberaría mi hermoso paraíso.
«Evy, Evy... recita de nuevo para mí.»
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