Armand y sus recuerdos, sus recuerdos y Armand. No tiene ni uno feliz.
Lestat de Lioncourt
No importa el tiempo que haya pasado.
Para mí se detuvo el reloj cuando tan sólo era un joven desesperado
por luchar contra la muerte. Todos los placeres me fueron concedidos
del mismo modo que me arrebataron el aliento. Yacía en una cama
cubierto de mi propio sudor, con la frente revuelta y los ojos llenos
de lágrimas. Iba a morir. Sabía que tendría que despedirme de
todos los que había amado. Quizás me reencontraría con un Dios que
había abandonado a su suerte. Podía ver la cara nítida del Mesías
en viejos retablos y escuchar, con total nitidez, las campanas del
monasterio. Iba a morir irremediablemente. Moriría y mi alma iría
al infierno por el pecado derramado, la gula que mi insaciable cuerpo
contenía y que me había llevado hasta el borde de la muerte.
Él apareció postrándose a los pies
de la cama. Sus manos frías parecían un bálsamo para el sofocante
calor que me envolvía. Las yemas de sus dedos apartaron algunos
mechones de mi frente y palparon mis labios con dulzura. Él veía en
mis ojos esa necesidad atípica en mí de sentir su amor.
Jamás tuve miedo a lado. Para mí era
un ángel en un cuerpo duro de mármol. Comprendía perfectamente que
no era un hombre común, pese que en otros tiempos así lo fue. Sus
ojos azules no me eran intimidantes, sino terriblemente atractivos.
Tenía el cabello bruñido y se derramaba sobre su típica levita
roja. Sus labios se abrieron en señal de dolor. Supe que iba a
llorar, o quizás ya lo hacía sintiendo rabia y desesperación,
cuando me tomó entre sus fuertes brazos y me arrastró hacia un
lugar seguro.
Allí, frente al cuadro de los Tres
Reyes Magos, me creó. Nací de nuevo. Él me dio la oportunidad de
una nueva vida drenando mi sangre y ofreciéndome la suya. Encontré
el paraíso de sangre y el amor en su cuello. Mis labios besaron los
suyos y mis manos acariciaron la seda de su melena. Ambos, en medio
de la oscuridad, éramos al fin uno.
Por ello jamás cambiará nada para mí.
Aunque él me abandonó a mi suerte. Nada cambia. Siempre lo voy a
amar.
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