Arion vuelve al ataque. El amor está en el aire.
Lestat de Lioncorut
El amor es eso que todo el mundo dice
buscar, pero nunca encuentra. Sin embargo, es fácil encontrarlo si
se busca bien en nuestro interior. Amor es una mirada cómplice, un
gesto pequeño que se hace inmenso, unas manos que rozan ligeramente
las tuyas y unas palabras atentas que te orientan en medio de la
tormenta que se avecina. Amor es escuchar con atención el silencio
que se forma en sus labios, y, también es aceptar las palabras de
derrota y encontrar en ellas la fortaleza necesaria para luchar.
Siempre tenemos a alguien a quien amar. Una persona que forma en
nuestras vidas el vínculo fundamental con la locura.
Podemos amar a personas de nuestra
familia, pero para seres como nosotros la familia queda atrás. En mi
caso, jamás supe que sucedió con mi madre o mi padre. Crecí
rodeado de monstruos que me decían que hacer. Era esclavo y no tenía
oportunidades. Sin embargo, existieron personas que me quisieron
aunque ellos me impusieran grilletes. Tuve suerte con mis amos.
Quizás esa suerte continuó hasta convertirme en vampiro, un ser que
roba la esperanza y la vida de otros, y encontrarla a ella.
Ella se convirtió en la musa de mis
noches más tristes. La veía allí encerrada y tuve que hacer algo.
La arranqué del dolor para sostenerla entre mis brazos. Besé su
frente, sus pómulos marcados, y sus labios ligeramente carnosos. Era
una mujer aunque algunos la tacharan de monstruo. Sus pequeños
pechos eran diminutas montañas de pecado, su cintura era pequeña,
pero sus piernas eran largas como el pecado de los hombres. Sin
embargo, lo que más me impresionaban eran sus ojos oscuros de
pestañas pobladas. Parecía no ser de este mundo. Tan hermosa, tan
frágil y tan fuerte a la vez.
Desnudé su cuerpo despojándola de las
ataduras harapientas que llevaba. Lavé su piel con cuidado, curé
sus heridas y le ofrecí vestidos que ella jamás hubiese pensado
tener. No importaba que entre sus piernas tuviese una dualidad de
sexos. Para mí eso no era nada, pues era mi esperanza. Creo que yo
para ella siempre fui su salvador, y aún hoy lo soy. Soy el hombre
que le dio la libertad, curó sus heridas y le dio un oficio. No soy
el monstruo que mis víctimas observan cuando entierro mis colmillos
en ellos.
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