Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 20 de diciembre de 2014

Mi castigo, mi perdición... Maldición

Una de esas cosas que Julien escribió y que, al parecer, se creían quemadas. 

Lestat de Lioncourt 


Parado frente a mí parecía un hombre corriente, aunque de un atractivo llamativo. Tenía un aspecto pulcro con aquel traje que solía usar. Sus cabellos parecían resueltos a estar siempre rebeldes, pese a todo. Los zapatos brillaban como si fueran de charol, aunque eran simples mocasines. Sus manos tenían uñas cuidadas y su mirada, azul profunda, parecía hundirse en mi corazón arrebatándome el aliento. Siempre poseía esas mejillas sonrosadas, unos pómulos marcados muy sensuales y unos labios atractivos que formaban una sonrisa pérfida. Era como un cuadro pintado con perfectos lienzos. Estaba tan detallado que hasta parecía real.

Lasher ejercía sobre mí una fuerza inimaginable. Me conquistaba sin saberlo. Él pronunciaba las palabras exactas cuando mi corazón se sentía agobiado. Desde joven lo tuve a mi lado, apoyándome en todo lo que creía desear. En aquella época, cuando prácticamente era un hombre recién casado, le rogaba que usara mi cuerpo para concebir a cada uno de mis hijos. Era imposible para mí, casi un reto, estar con ella en la cama. No la amaba como un hombre convencional, sino de forma egoísta. Quería su compañía para no estar solo y de ese modo aumentar mi estatus social, pero no la requería para ninguna otra cosa más. Él era uno de mis grandes secretos y pecados. Yo lo sabía. No podía amarla porque sus manos tocaban cada fibra de mi alma.

Recuerdo una noche extraña. Mi primogénito, con mi primogénito varón, se hallaba en la cuna. Hacía tan sólo unas semanas que ella había dado a luz al retoño. Me había sentido orgulloso de ser padre, cosa que con Mary Beth no logré. Era una abominación recordar que mi hermana había perdido el juicio por culpa de ese embarazo, por mi culpa. Siempre quise cuidarla, pero sólo estropeé su vida. Lasher apareció súbitamente en mi despacho. Tenía una habitación que era de mi exclusividad, tras uno de sus muros se hallaban ciertos frascos de pociones, así como experimentos, que hizo la pobre de mi madre.

—Julien—su voz surgió a mis espaldas y sus manos acariciaron mis pómulos, para luego deslizarse hacia mi cuello y jugar con el vello de mi nuca—. Mi Julien.

Mi cuerpo se tensó rápidamente, pero cuando noté como desabrochaba mi camisa dejé que sus dedos rozaran mi piel. Mi cabello negro, y espeso, se pegaba al borde del respaldo mientras mis piernas se habrían deliberadamente. Abrí mi boca aceptando un beso apetecible. Sentí como mi pulso se aceleraba y la erección comenzaba. El cinturón se abrió, la silla se desplazó unos metros y el botón del pantalón cedió igual que la cremallera. Pronto tenía mi miembro entre sus manos, siendo acariciado con mesura. Sus ojos azules parecían zafiros. Por mi parte buscaba entretenerme, intentaba no querer abrazarlo para no sentirme completamente abandonado al impúdico placer de sentirlo.

Bajé mis pantalones hasta mis tobillos y él se deshizo de mis zapatos, tirándolos a un lado de la habitación, realizando el mismo gesto con el resto de mi ropa. Quedé desnudo en mitad de una noche fría y húmeda. El jardín estaba cubierto de una niebla espesa, tan espesa que era imposible ver los hermosos árboles que cubrían la parte trasera y principal.

Súbitamente me incorporó pegándome al librero que tenía tras mi espalda. En mi torso se clavó un par de baldas y unos libros cayeron al suelo. Rápidamente sus manos se colocaron sobre mis caderas y su miembro me penetró con fuerza. Callé un hondo gemido mordiendo mis labios. Era delicioso sentir su masculina figura rodeándome, su ímpetu en ese juego nefasto y el aliento cálido, tan cálido como el de un demonio, en mi nuca mientras me mordisqueaba los hombros. Era su puta. Me había convertido en la zorra predilecta. Ninguna mujer Mayfair tenía mis encantos. Nadie podía verlo salvo yo. Esa era mi maldición y salvación.

Me aferraba al librero, los libros seguían cayendo haciendo un breve estruendo, mis caderas se movían como las de cualquier fulana del barrio francés y mi boca se llenaba de jadeos incontenibles. Sus besos eran rudos y sus manos pellizcaban mis pezones con libre albedrío. Podía notar su porte, cada una de sus gruesas venas y como su traje se pegaba a mi cuerpo. Él parecía estar prácticamente vestido, eufórico por conseguir una nueva presa y yo enloquecía. Mis suaves rizos quedaban pegados sobre mi frente, mis ojos se quedaban cerrados y el sudor perlaba cada milímetro de mi piel.

Cuando llegué al límite él desapareció, como siempre, pero al girarme allí estaba mi mujer. Ella permanecía de pie observándome. No supe que contestar. Tan sólo permanecí en silencio mientras sus ojos se llenaban de miedo. Logré hacerle creer que era un mal sueño de la noche anterior, pero desde ese momento se mantuvo ligeramente distante de mí y de todo lo relacionado con esa habitación.


Acabé sentado en la silla, completamente desnudo y manchado con mi propio esperma, con un cigarrillo en los labios y un vaso de whisky. Odiaba beber de ese modo, pero la preocupación aumentaba. Mis juegos con Lasher eran cada vez más seguidos y a veces dudaba si era él quien los pedía.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt