Estas memorias son una chispa en la oscuridad. Me encantó viajar con ambos... con Louis y David.
Lestat de Lioncourt
—¿Lestat?—su voz se escuchó en
mitad de la penumbra.
—Sí...—dije mientras contemplaba
las luces encendidas a lo largo de toda la villa.
Habíamos viajado durante varias
noches. Fue un capricho. Algo que sucedió como una chispa que se
expandió por nuestras almas convirtiéndose en fuego. Louis nos
había acompañado, aunque no estaba conforme y mostraba su deseo de
marcharse guardando silencio, atormentándome con sus ojos verdes
clavados en mi nuca y sus dedos golpeando ligeramente la mesa.
Estábamos en Brasil. Era nuestra primera noche. Después de todo lo
ocurrido, como si hubiese sido un sueño, caí en la cuenta de mi
temeridad. Fue una estupidez mayúscula, pero habíamos salido
indemnes de tal locura.
—¿En qué piensas?—preguntó
aproximándose a mí, pero a mitad del camino se detuvo mirando a
Louis.
—Ese no piensa. Nunca piensa—susurró
cerrando los ojos dejando escapar un suspiro—. Nunca lo hace.
—¿No dijiste que me
entendías?—pregunté girándome hacia él.
—Que te entienda no significa que yo
lo hubiese hecho. Nadie en su sano juicio dejaría sus poderes en
manos de cualquier charlatán—expresó.
David se mantuvo al margen. La pelea
subió de tono, pero se calmó cuando percibimos su presencia.
Aquella primera pelea frente a él fue un hecho asombroso. Para David
la convivencia entre vampiros se había iniciado con nosotros, y he
de decir que somos un dueto bastante peculiar. Siempre nos lamentamos
de nuestras peleas sin dejar de pelear en ningún momento.
—¿Alguna vez habéis estado
aquí?—murmuró apoyado en el marco del balcón.
—Nunca—respondí girando mi rostro
hacia él.
—No—susurró Louis aproximándose a
mí. Noté los dedos de su mano derecha acariciando la palma de mi
zurda. De inmediato, apoyó su cabeza en mi hombro y se aferró a mi
brazo.
Mirábamos un nuevo mundo que
descubrir. El Carnaval se iniciaría pronto. Las luces modernas
iluminaban una basta extensión de terreno del mismo modo que lo
hacían las estrellas. Estábamos algo alejados de la capital, del
centro de aquel pequeño mundo con un clima apacible y gente ruidosa.
Sabía que David había sido sacerdote
de una religión que tenía sus orígenes en África, pero que se
practicaba con respeto en aquellas tierras. Para él era su renacer.
Deseaba ver de nuevo algo que amó, que influyó en el hombre que
era, para así despedirse una vez más de sí mismo. Creo que por eso
mismo asistió a su propio funeral, despidiendo su cuerpo y su
pasado. Él se despedía de todo lo amado para afrontar un mundo
nuevo, delirante y asombroso. Estábamos allí, conjurados por él,
para asistir a su bautizo en el profundo sendero de este jardín
salvaje.
—Meio caminho andado, é meio caminho
começado... —murmuró, antes de echarse a reír y girarse hacia
nosotros.
Su semblante era el mismo. Un hombre
amable, pero muy joven. Sus ojos tenían el deje del sabio que
conocí, por su alma tan llena de recuerdos y tiempo, aunque poseían
un brillo nuevo. Nos abrazamos y sentí que era hora de salir. La sed
y la curiosidad nos alentaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario