David nos habla de lo que ve... o mejor dicho... de lo que no puede dejar de ver.
Lestat de Lioncourt
No recuerdo una vida de silencio y
soledad. Ni siquiera ahora. En medio del bullicio cotidiano, de los
momentos en los cuales te encierras contigo mismo, hay una mirada que
con sordo sonido te está hablando. He visto tantos. He conocido
millones. Las almas están aquí y pueden comunicarse. Algunas no
saben que han muerto, otras caminan entre la desesperación y la
locura.
Mis memorias deberían comenzar de
forma distinta, pero ¿por qué empezar por la vida si puedes
iniciarlo con la muerte? Este es sólo un pequeño fragmento a modo
de desahogo. Quizás necesito conversar con alguien más que con otro
como yo. No quiero profundizar en la mirada de un ser o un ente. No
necesito en estos momentos evocar a viejos amigos o pedir favores.
Sólo quiero contar lo que siento. Deseo hablar de ese escalofrío
que recorre aún mi columna, de como mi vello se eriza y mis ojos se
quedan clavados con cierta culpa en el alma del miserable que espera,
desespera y anhela.
Muchos pierden esta facultad al ser
vampiros; sin embargo, la mía se acrecentó. Me convertí en una
paradoja. Y en estos momentos sé que jamás estaré solo. Nunca
podré estar sin su especial compañía. Mis ojos oscuros se han
convertido sin duda en un faro de luz y sombras. Unos ojos que no son
los mismos que miraban el mundo desde un rostro anciano, al borde de
la muerte, sino los de un hombre aparentemente joven que ronda los
treinta años y busca aún un lugar al cual pertenecer. Jamás
pertenecí a un sitio en concreto. Vagué durante años. Actualmente
sigo haciéndolo. Intento ayudar a los míos, guardar celosamente
secretos que aún nadie ha querido averiguar y sobrevivir al
desastre.
Ser vampiro para mí fue un privilegio
que no quería. La inmortalidad era algo impensable con un cuerpo
anciano. Ni siquiera sabía si funcionaría debido a mi edad. No
quería ser una carga. Temía. Sin embargo, lo codiciaba. Todos
codiciamos sueños, pero son sueños. Si bien ocurrió un extraño
intercambio. En un primer momento quise deshacer el truco en el cual
me vi envuelto. Perdí mi cuerpo intentando recuperar el de Lestat,
pero el joven no lo encontrábamos. Aaron, mi noble amigo, aún
estaba vivo y movió cielo y tierra conmigo. Tuve que acostumbrarme a
verme en el espejo. Ahora me acostumbro a los poderes que van
aumentando.
Esta noche a penas acaba de comenzar.
Hay un silencio mágico y roto por una terrible sonrisa infantil.
Sólo tenía unos catorce años. Sus ojos vidriosos buscan aún la
solución al enigma. Acaba de morir. Sus jóvenes brazos tiemblan, su
pecho se mueve agitado, y no sabe como comunicarse conmigo. Es un
caso más. Una víctima de la muerte. Un terrible accidente acaba de
pasar a dos calles, las ambulancias comenzarán a sonar y yo tendré
de evitar el cargo de conciencia de saber que será inútil.
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