Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 17 de enero de 2015

Camafeos, camafeos...

Manfred y Arion son una pareja de jugadores extraña... Pobre Petronia que los aguanta.

Lestat de Lioncourt


—¿Has escuchado las noticias?—preguntó moviendo uno de los peones, adelantando dos casillas, para abrir la partida.

—¿Cuál de todas?—respondió con calma mientras merodeaba con sus ojos el tablero. Debía sacar su peón, el primero de todos, ¿pero cuál? Decidió dejar libre uno de los caballos sonriendo ligeramente.

Manfred acarició con delicadeza el peón de blanco marfil adelantándolo junto a su compañero, dejando así libres los movimientos del alfil y la reina. Arion esperaba una respuesta sobre las noticias. Una de esas alegres que alimentaran su alma y alejaran la voz que le rogaba matar a los más jóvenes, a vampiros que sólo habían visto un par de noches.

—Al parecer los camafeos están de moda—explicó—. Una de las firmas de moda parisinas, de alta costura, ha decidido incluirlos como el culmen de la perfección. Petronia y tú vais a tener trabajo.

Arion movió otro de sus peones y tras varios movimientos, con una larga pausa llena de miradas y nulas palabras, dos peones negros habían sido eliminados mientras un alfil y un peón blancos aguardaban fuera del tablero.

—Es posible—respondió echándose a reír—. Más trabajo significa más entretenimiento. Necesito entretenerme, amigo—susurró.

La partida prosiguió mientras los peones iban cayendo, igual que las torres, los caballos y los alfiles. Los reyes quedaron prácticamente solos, esperando luchar por sí mismos, cuando Arion se incorporó y caminó hacia el balcón.

Petronia hacía días que no había dado señales de vida, cosa que le preocupaba enormemente, y era lo que desconcentraba al vampiro. Ella, su compañera, era el principal motivo por el cual se quedó en Nápoles, cerca de la gran tragedia que los unió, porque era como un símbolo del amor que no podía derrocar ni un volcán en erupción. Esperaba volver a verla, abrir sus brazos y estrecharla.

—¡Arion! ¡Vuelve! ¡La partida está interesante!—exclamó Manfred, aunque él no le escuchaba.

«Mátalo.» un susurró se clavó en su cerebro, envenenando su alma. «Si lo matas... quizás ella vuelva. Tal vez se fue por su culpa.» masculló aquel cretino. Él esbozó una sonrisa, se giró ligeramente hacia donde se encontraba su compañero y negó suavemente. No. No lo mataría. Mejor se alejaría de él realizando un nuevo camafeo.

—Tengo una idea, discúlpame—dijo dirigiéndose a la puerta apresuradamente—. Petronia quizás no vuelva en unas noches y deseo tener una nueva gama de camafeos. Ya sabes cuanto ama esas joyas.

—¡Vaya!—dijo levantándose—. ¡Justo cuando voy ganando.

«Estúpido...»

Sus pasos fueron rápidos. Cada baldosa blanca y negra que superaba era un reto. Cuando entró en el estudio cerró con llave y puso la música de Vivaldi tan alta que retumbaba por toda la galería. Sus ojos oscuros se movieron rápidos y sus manos diestras. Se sentó en su pequeño taller y comenzó a crear, concentrándose en cada detalle, para no escuchar esa voz. Esa maldita voz.


Pensaba en ella. En aquella sonrisa dulce que sólo le regalaba en privado. Sus manos delicadas, tan suaves, moviéndose por su rostro del mismo modo que por las conchas. Esos ojos profundos, llenos de dolor y franqueza, hablándole en silencio. Pensó en la mujer que amaba y en los camafeos que los unía. La voz desapareció...  

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Lestat de Lioncourt