Armand siguió mi consejo de leer al genio Shakespeare, sin embargo no logró comprender del todo al ser humano. Sólo quedó vacío.
Lestat de Lioncourt
Los años pasan y pueden llegar a ser
cadenas que te anclan a la tierra a la que te aferras. La sangre que
brota de tus víctimas es el único vínculo que encuentras con el
mundo. Las obras de Shakespeare, tan llenas de muerte y seductores
amores bohemios, te adentra en un éxtasis de venganza y sueños tan
terribles que acaban siendo la lápida con la que sueñas. Quiero
comprender al ser humano, pues en ocasiones me siento despojado de
los pocos sentimientos bondadosos que pueden encontrarse en mi alma.
Poco a poco me han herido, arrancado las plumas lentamente, mientras
caía en una debacle.
Recuerdo la oscuridad penetrando en mis
ojos pardos, olvidando los candelabros que iluminaban el estudio de
pinturas de mil tonalidades, mientras mis manos palpaban los cráneos
de cuencas vacías, desprovistos de rasgos carnosos y seductores, de
las catacumbas. Me convertí en un siniestro ser que llevaba túnicas
oscuras tan raídas como sucias. Mis largos dedos se hundían en la
tierra, del mismo modo que palpaban los libros sagrados de la orden
de la Secta de la Serpiente.
Extraño sus manos sobre mis hombros,
tan pesadas y horribles, que me apresaban como garras. Sus dedos
apretaban mis frágiles huesos, sus labios se posaban sobre mi nuca y
sus palabras eran candentes aunque terribles. Pronunciaba mi nombre
como un salmo y me repetía que todo lo hacía para fortalecer mi
corazón. Corazón que terminó siendo piedra. Si bien, podía sentir
su amor, su necesidad de ser escuchado y su fuerza. Reconozco que
durante muchos años quise ser como él. Deseaba creer firmemente que
aquello que hacía era lo correcto, como él creía y como todos
parecían creer. Santino se convirtió en mi luz en las tinieblas. No
obstante, él se marchó.
Me sentí desterrado. Alejado del cielo
y el infierno. Caminé entre las ascuas de la soledad. Mi dolor no
importaba. Nada importaba. Sin embargo, hoy siento que fue necesario
sufrir para salvarme. Pero, ¿me salvé? ¿Logré salvarme? Quizás
no merecía salvarme porque aún me siento arrojado a un terrible
vacío.
París, 1880
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