Marius y Benji... son un dueto distinto a lo normal, pero me encantan ¿a ustedes no? Benji me parece muy inteligente.
Lestat de Lioncourt
Tenía sus enormes ojos clavados en una
gigantesca pecera. Su menudo cuerpo se movía de un lado a otro de la
habitación dedicándose a contemplar en silencio, pero esos peces
parecían entretenerle sumamente. Su pequeña cara redonda le daba un
aspecto celestial, como un pequeño ángel, mientras sus traviesas
manos se movían inquietas decidiendo que podría robar sin que yo me
percatara. Era aún un niño y siempre lo sería. Un pequeño
jovencito vestido con ropa elegante moviéndose por toda la sala.
—Creí que habías mejorado tu
conducta, Benjamín—dije intentando olvidar los viejos recuerdos
que se asomaron en mi alma. Él sufriendo, siendo vendido, abusado
por policías corruptos, vendiendo drogas en las calles, robando de
los bolsos de las mujeres que se compadecían de él, deseando algo
caliente en medio de una nevada en pleno New York y esa sonrisa
traviesa que escondía mil lágrimas a Sybelle. Pobre chico. Pobre,
pobre, Benji. Nunca lo he amado como a mis otras creaciones, pero
tengo cierta debilidad hacia él. Me enternece aunque no llego a
amarlo de forma tan intensa como a Armand o Pandora.
—¿Quién dice que quiero
robar?—susurró con suspicacia.
—Si deseas alguna de las pequeñas
esculturas puedo dártelas, igual que los huevos de Fabergé de esa
repisa.
Contaba con numerosos objetos de gran
valor artístico, monetario y sentimental. Objetos que no me
importaba ofrecerle porque sabía que no los vendería, sino que los
llevaría a su estudio para contemplarlo durante noches. Ya no vendía
lo que robaba. Sólo lo mantenía oculto a ojos de otros,
contemplando su brillo y sintiendo lo especial que eran. Por eso no
me importaba en absoluto si tomaba alguna de mis delicadas
posesiones. Él amaba el arte, disfrutaba de la música y la buena
conversación. Era el hijo que nunca había logrado tener con
Pandora. Sí, eso era. Quizás eso era lo que me impulsaba ese
sentimiento de cariño hacia ese muchacho.
—Me siento como un pez en una pecera,
pero a la vez estoy fuera del agua—dijo colocando sus pequeñas
manos sobre la pecera—. No soy libre, pero a la vez no pertenezco
realmente a este mundo. Creo que los vampiros somos así, por
desgracia. Unos tardan más en darse cuenta, pero otros nos
percatamos enseguida que estamos condenados.
—¿Te he condenado?—pregunté,
mientras me aproximaba.
—No—contestó—. Creo que hace
tiempo que lo estaba. Tú sólo terminaste lo que Fox empezó—tomé
sus hombros cuando dijo eso. No podía consolar a ese muchacho. Tan
inteligente, tan diferente, tan buen discípulo y tan profundo
incluso para ser un joven de treinta años. ¿Qué podía decirle? Si
tuviese una edad mortal no llegaría aún a la que yo aparento, aún
así era mucho más profundo de lo que yo jamás había logrado ser—.
No te entristezcas, Marius. Sólo estoy cansado.
—¿De qué estás cansado,
muchacho?—dije girándolo tomándolo del rostro.
—De ver morir a otros—sus ojos se
llenaron de lágrimas mientras me abrazaba—. No quiero saber que
más vampiros jóvenes mueren. No deseo morir. No quiero que Sybelle
sufra. Por favor, por favor...
Me abracé a él llorando. Comprendía
su dolor. Entendía su frustración. Jamás quise ver a tantos
sufrir. Nunca deseé sentir ese dolor tan intenso. La locura también
estuvo a punto de arrastrarme. Maharet, Mekare y Khayman ya eran cosa
del pasado. Sólo eran meros recuerdos que habían sido engullidos
por el tiempo. Nos abrazamos con fuerza, como hacen los hombres que
sí saben desahogarse entre lágrimas y gestos intensos, para llorar
por todos aquellos que se habían ido.
—Feliz año nuevo, Marius... eso es
síntoma de vida. Síntoma de estar vivos...
—Feliz año mi pequeño
beduino—susurré besando su frente.
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