Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 23 de enero de 2015

Gracias por todo

Merrick da las gracias a su modo, igual que lo haría un felino... tal vez es cierto que ese gato negro era ella. 

Lestat de Lioncourt


Frágil. La primera palabra que viene a mi mente cuando pienso en ti es: frágil. Tan frágil como firme. Estabas convencido que querías saber la verdad, pero tu cinismo te cegaba. Querías creer lo que tú deseabas creer. Necesitabas verla convertida en una muñequita, con encantadores tirabuzones y una boca carnosa de color de las fresas, pero en realidad verías al monstruo que todos contemplaban cuando les llegaba su hora. Era “La hermana muerte”, “La huérfana perdida”, “La muerte infantil”... y no la niñita que tú apretabas contra tu cuerpo. No, no era tal cosa. Era ese ser terrible, dolido, frustrado y llena de rabia que sollozaba cada noche sus miserias. Ella, y no tú, sufrió un calvario. No querías verlo, pues eras inocente. Muy inocente.

Siempre creíste que hiciste lo correcto y le ofreciste todo. Le diste todo, Louis. Todo. Desde tu tiempo, algo irrecuperable, a tus gustos refinados por la literatura inglesa y francesa, tus delirantes sueños de encontrar a otros y el amor. Ese amor que tú tenías y no querías reconocer, quizás por miedo o rabia. La creaste pieza a pieza, dándole demasiado de ti. Gracias a tus ojos verdes aprendió a sufrir, pero también a mentir. Se las ingeniaba para ser la muñeca encantadora, la niña a la cual le cepillabas el pelo mientras Lestat reía como una comadre que cuenta un chisme. Lo vi todo en ti. Todo. Tu alma era fácil de leer. Tan fácil, tan torturada y tan fuerte. Louis, no puedes incluso imaginar lo fuerte que puede ser un alma mil veces remendada.

Puedes quizás preguntarte si alguna vez te quise, de la forma que ella no te amó nunca, y la respuesta es sí. Te amé. Me apiadé de ti. Te quise con todo mi corazón, pues te lo merecías. Habías sufrido tanto que vi en tu sufrimiento el mío. Ese es tu verdadero poder, Louis. Ese es el poder encantador que nos atrae a todos como moscas hacia ti. Pude contemplarte cuando era una niña delgaducha, algo triste y con un poder incalculable. Después, como una mujer, te tuve entre mis brazos y pude sentir el frío cuerpo que me torturaba con sus preguntas. Pues en tu cuerpo está encerrada tu alma, ese alma inmortal que se arrastra aún por las calles del mundo. ¿Dónde estás querido mío? Estoy seguro que tras las pisadas de Lestat, pues no tienes remedio.

Me diste una oportunidad, lo cual agradezco aún hoy, pero no supe aprovecharla. Creí que era lo que quería, pero me di cuenta que jamás tendría lo que realmente necesitaba: una familia, un poco de amor, un hombre que realmente me amara sin miedo ni pecados... libertad. Me diste algo muy simple que es la inmortalidad, pero yo quería algo muy complejo. Tú has tenido todo a pesar de tus lágrimas, el clamor por la piedad de tu dolor y todas esas zalamerías llenas de remilgos y palabras sutiles.

Las mentiras te sientan bien, pero las verdades te quedan como un guante. Cuando me retuviste entre tus brazos, creándome como se crea un muñeco vudú, me di cuenta que estaba equivocada. Mi amor por ti era intenso, pero jamás se pudo comparar con el de David. Mi necesidad por ser poderosa, aún más de lo que era, no podía igualarse a mi necesidad de ser feliz. Y no, Louis, yo jamás fui feliz. Ni siquiera fui feliz en ese breve instante en el cual tú me diste todo lo que me podías dar.


Aún así gracias, amor mío, por todo lo que hiciste. Gracias, Louis. Gracias...  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt