Merrick da las gracias a su modo, igual que lo haría un felino... tal vez es cierto que ese gato negro era ella.
Lestat de Lioncourt
Frágil. La primera palabra que viene a
mi mente cuando pienso en ti es: frágil. Tan frágil como firme.
Estabas convencido que querías saber la verdad, pero tu cinismo te
cegaba. Querías creer lo que tú deseabas creer. Necesitabas verla
convertida en una muñequita, con encantadores tirabuzones y una boca
carnosa de color de las fresas, pero en realidad verías al monstruo
que todos contemplaban cuando les llegaba su hora. Era “La hermana
muerte”, “La huérfana perdida”, “La muerte infantil”... y
no la niñita que tú apretabas contra tu cuerpo. No, no era tal
cosa. Era ese ser terrible, dolido, frustrado y llena de rabia que
sollozaba cada noche sus miserias. Ella, y no tú, sufrió un
calvario. No querías verlo, pues eras inocente. Muy inocente.
Siempre creíste que hiciste lo
correcto y le ofreciste todo. Le diste todo, Louis. Todo. Desde tu
tiempo, algo irrecuperable, a tus gustos refinados por la literatura
inglesa y francesa, tus delirantes sueños de encontrar a otros y el
amor. Ese amor que tú tenías y no querías reconocer, quizás por
miedo o rabia. La creaste pieza a pieza, dándole demasiado de ti.
Gracias a tus ojos verdes aprendió a sufrir, pero también a mentir.
Se las ingeniaba para ser la muñeca encantadora, la niña a la cual
le cepillabas el pelo mientras Lestat reía como una comadre que
cuenta un chisme. Lo vi todo en ti. Todo. Tu alma era fácil de leer.
Tan fácil, tan torturada y tan fuerte. Louis, no puedes incluso
imaginar lo fuerte que puede ser un alma mil veces remendada.
Puedes quizás preguntarte si alguna
vez te quise, de la forma que ella no te amó nunca, y la respuesta
es sí. Te amé. Me apiadé de ti. Te quise con todo mi corazón,
pues te lo merecías. Habías sufrido tanto que vi en tu sufrimiento
el mío. Ese es tu verdadero poder, Louis. Ese es el poder encantador
que nos atrae a todos como moscas hacia ti. Pude contemplarte cuando
era una niña delgaducha, algo triste y con un poder incalculable.
Después, como una mujer, te tuve entre mis brazos y pude sentir el
frío cuerpo que me torturaba con sus preguntas. Pues en tu cuerpo
está encerrada tu alma, ese alma inmortal que se arrastra aún por
las calles del mundo. ¿Dónde estás querido mío? Estoy seguro que
tras las pisadas de Lestat, pues no tienes remedio.
Me diste una oportunidad, lo cual
agradezco aún hoy, pero no supe aprovecharla. Creí que era lo que
quería, pero me di cuenta que jamás tendría lo que realmente
necesitaba: una familia, un poco de amor, un hombre que realmente me
amara sin miedo ni pecados... libertad. Me diste algo muy simple que
es la inmortalidad, pero yo quería algo muy complejo. Tú has tenido
todo a pesar de tus lágrimas, el clamor por la piedad de tu dolor y
todas esas zalamerías llenas de remilgos y palabras sutiles.
Las mentiras te sientan bien, pero las
verdades te quedan como un guante. Cuando me retuviste entre tus
brazos, creándome como se crea un muñeco vudú, me di cuenta que
estaba equivocada. Mi amor por ti era intenso, pero jamás se pudo
comparar con el de David. Mi necesidad por ser poderosa, aún más de
lo que era, no podía igualarse a mi necesidad de ser feliz. Y no,
Louis, yo jamás fui feliz. Ni siquiera fui feliz en ese breve
instante en el cual tú me diste todo lo que me podías dar.
Aún así gracias, amor mío, por todo
lo que hiciste. Gracias, Louis. Gracias...
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