Hacer sentir orgullos a quienes amamos es algo que todos deseamos. Benji desea que se sienta orgulloso Armand y lo comprendo.
Lestat de Lioncourt
Todos a mi alrededor parecían tener
algo especial, menos yo. Me encontraba perdido en un mar de libros y
en una angustia constante por conocer lo que podía hallar a mi
alrededor. Quería encontrar un lugar al cual pertenecer, mucho más
allá de unos brazos amorosos y unos besos llenos de cariño. Había
logrado tener lo que popularmente se llama hogar, una familia
peculiar y miles de noches a mi disposición para sentirme acogido en
su seno. Sin embargo, todo lo que creía se volvió turbio y mi
inteligencia pedía algo más que la responsabilidad de portarme
decentemente.
Conocía en secreto los sueños de
Armand. Él deseaba verme como un universitario de éxito. Veía en
mi a un hombre que no llegaría ya a conquistar el mundo, pero
deseaba demostrarle que la sangre no me cambió. Nada cambió en mí.
Hizo que mi agudeza aumentara y aún podía ser ese hombre que él
había soñado. Un hombre que no dañaría su corazón, que
acariciaría su juvenil rostro y besaría sus labios con cuidado.
Muchos le temen, otros le odian y miles
dicen amarle. Sin embargo, todos decepcionan su corazón. He visto en
sus ojos miles de lágrimas que no ha derramado. Es alguien muy
complejo. No es un ser común. La vida le ha dado duras lecciones y
las ha tomado con odio. Sé que tiene grandes recelos, guarda en sí
secretos terribles que no ha confesado y reza porque nadie los
encuentre jamás en el baúl del olvido.
Cuando me siento a su lado observo sus
manos, tan pequeñas y finas como las mías. Tiene una pose
desenfadada frente al televisor mientras emiten sus películas
favoritas. Muchas veces ha dicho que ama la tecnología porque le
hace comprender al hombre moderno. Por eso mismo yo hice mi radio.
Quería que él me escuchara a través de Internet.
—Benji—me llamó apartando su vista
del canal de noticias—. He estado escuchando tu programa—esbozó
una sonrisa dulce que pocas veces he visto. Era una sonrisa de
orgullo. Sybelle tocaba en el piano una melodía muy animada,
distinta a la que solía hacer. Ambos parecían celebrar mi logro—.
Amor mío, cariño, tienes un talento innato para narrar tus
sentimientos. Eso es lo que me hizo amarte. Esa fuerza—dijo
abriendo sus brazos que enseguida acepté. Un abrazo firme y fuerte.
Una merecida recompensa.
Besó mis mejillas, mis labios y mis
manos de un modo cuidadoso. Después me arropó con la manta que
cubría sus piernas y me susurró al oído palabras llenas de amor.
Sabía que para siempre sería parte de su corazón, un corazón
maltrecho pero que aún bombeaba buenos sentimientos. Armand sólo
era un incomprendido y yo deseaba comprenderlo. Siempre lo he
deseado. Y a veces, sólo a veces, creo que le comprendo del todo.
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