La última vez que lo vieron decidía inmolarse, ¿pero lo hizo? No se sabe. Simplemente es demasiado viejo para que el sol le afecte de ese modo. Siguen llegando estas cartas, así que suponemos que está vivito y coleando.
En definitiva, un texto de Mael
Lestat de Lioncourt
Muchos han contado quien soy, pero
nadie ha perdido su tiempo en preguntar por mis sentimientos. Es
posible que jamás se les haya ocurrido que yo tengo algo que contar,
por miserable y escaso que sea. Quizás porque soy un hombre que no
delata sus sentimientos o es posible que simplemente sea un crucial
despiste del destino. Me convertí en lo que soy pensando que hacía
un favor al mundo, pero en realidad sólo creaban a un monstruo que
se tambalearía entre los límites del bien y del mal.
He cruzado desiertos de almas cubiertos
de verde bosque, caudalosos ríos y empinadas colinas. Caminé bajo
la tundra y he agradecido a la selva su humedad. A decir verdad, he
conocido todo lo que podía conocer. Hundí mis dedos en el desierto
cerca de las vieja ruinas donde todo comenzó y he dejado que mis
pies pisaran por el asfalto más ennegrecido de New York. He visto
construirse monumentos al ego de políticos carentes de razón,
observado el culto a cientos de dioses en miles de lugares de este
territorio tan extenso, escuchado a filósofos y mártires de todas
las épocas, contemplado el arte naciendo de las manos de un pintor
que sería inmortal por sus obras, sentido entre las mías las
esculturas más abominables y he llorado mientras reía. La soledad
ha sido mi brújula. Me han dado por muerto miles, algunos no lo han
creído y gracias a ellos he mantenido la esperanza de comunicarme
algún día.
Acepto que no soy un ser bondadoso,
¿pero existe la bondad pura? Más allá de los discursos religiosos,
las manos abiertas de los niños al pedir un abrazo sincero y las
palabras de un moribundo. ¿Existe la bondad? ¿La humanidad? ¿El
perdón que nace del corazón de forma improvisada? Yo les diré que
no. Son utopías que creemos con vehemencia pero que se destruyen con
facilidad. Lo bueno sólo es una percepción, igual que lo malo. Las
historias son parte de nuestras experiencias, pero para nada implican
que sean ciertas. Tú no puedes saberlo todo. Nadie puede. Muchos lo
han intentado y han fracasado terriblemente, llegando a sentirse
confusos y derrotados.
No hay sabios, sólo sabiduría que
puede ser acaparada por unos minutos y morir en el alma de cualquier
iluso. Sí, porque ese es nuestro mayor pecado: el olvido. Olvidamos
rápido lo que aprendemos, salvo lo básico. Aprendemos a sobrevivir
y eso jamás se olvida. Es como si estuviese en nuestro código
genético. Podemos olvidar una canción, pero no la canción que nos
cantaban para perder miedo a la oscuridad y afrontar desafíos.
Podemos olvidar un libro, pero no una frase que nos arrebató el
aliento y nos hizo emprender un camino. Podemos hacer tantas cosas,
recordar tanto con una simple chispa, que es increíble; sin embargo,
a la vez, somos desmemoriados. No recordamos las sonrisas, sino las
lágrimas.
¿Y a mí? ¿Me recuerdan? Algunos
lloran mi desaparición, otros se extrañan al no verme cruzar el
umbral de su casa para señalarlos con fuerza y sabor amargo, y el
resto, quienes sólo me conocen de oída, les da igual como sea y lo
que haya sido de mí. ¿Y a mí? ¿Me importa? No. No me importa. De
haberme importado habría hablado antes. No me he reunido como la
otra vez. No me incumbía. Decidí aislarme hace mucho tiempo más
allá de las montañas de asfalto, hormigón y luces de bohemia. No.
Ya no soy ese ser que intentaba adaptarse. Soy quien siempre he sido:
un guerrero nómada.
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