David... A veces me da pena que esto sucediese, luego recuerdo que es ley de vida. Aún así Aaron era un gran hombre y merece ser llorado.
Lestat de Lioncourt
Puedo oler aún su perfume impregnando
mi ropa, provocando que volviese a casa allá donde estuviésemos. La
confianza siempre era plena y mutua. No eran necesario hablar, pues
nuestros gestos comunicaban cualquier resquicio de dolor, pena o
apatía. Recuerdo su sincera sonrisa, tan amable y carente de
mentiras, mientras estrechaba mis manos y me rogaba que me cuidara.
Los espíritus siempre me acompañaban allá donde iba. Él no podía
sentirlos del mismo modo, aunque sospechaba donde se hallaban y el
poder destructivo que poseían. Para mí, aquel hombre de gestos
simples y gustos refinados, era sin duda mi hermano, mi igual, mi
otra mitad lejos de cualquier acto romántico o idílico. Él era
Aaron. Mi buen y viejo amigo Aaron.
La última vez que lo vi asistía a mi
funeral. Vestía con un traje y camisa de riguroso luto. Sus cabellos
blancos estaban bien peinados. Tenía el semblante triste, pero no
por mi muerte. Él estaba entristecido porque era nuestro adiós.
Había visto el proceso de cerca. Sabía que yo ya no era humano y el
joven en el cual me había convertido era un monstruo. Tenía sed de
sangre, libertad y deseos. No podía permanecer en la orden junto a
las demás reliquias. Yo pertenecía a otro plano.
—Cuídate—dijo con las manos
metidas en los bolsillos—. Pero si no lo haces, si necesitas mi
ayuda...
—Mi vida ha acabado—respondí
manteniendo un tono cordial, pero firme—. Aaron, ya no podemos ser
iguales.
Sus ojos se llenaron de lágrimas
frente a mi ataúd abierto, donde se encontraba mi viejo cuerpo
perfectamente maquillado y vestido. Eché un último vistazo a la
sala donde pronto se llenaría de conocidos, viejos amigos, enemigos
intelectuales, amantes y novicios. Las flores de las numerosas
coronas hablaban de amor, respeto y paz. Yo esperaba encontrar esa
paz. Sí, un paraíso de sabiduría que quizás no me permitiera
descansar por mucho tiempo. Emprendía un nuevo camino.
—David, siempre te he querido como a
un hermano—sacó las manos de sus bolsillos y me abrazó.
No dudé en abrazarlo. Estreché su
cuerpo contra el mío. Un cuerpo cálido y blando, lleno de aromas
que me atraían y me resultaban más atractivos que nunca, mientras
mis labios se movían sin pronunciar sonido alguno. No sabía como
decirle adiós, pero lo hice apartándome para caminar hacia la
salida. Fue una despedida rápida, pero dolorosa.
Tiempo después, no demasiado, estaba
muerto. Lo necesité, pero decidí que no debía molestarlo. Él me
necesitó a mí, y pensó del mismo modo. Existen muchos tipos de
amor y este, el amor de hermanos pese a la nula vinculación
sanguínea, es el más puro.
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