Nash ha decidido rescatar la influencia del cine, la televisión y otros vampiros que están colándose en nuestras vidas. ¿Por qué? Los vampiros no brillamos ni hacemos guerrilla...
Lestat de Lioncourt
Hijos de la oscuridad, eso son. Seres
capaces de cualquier cosa por saciar sus delirios de sangre.
Señalados por ciertos rasgos comunes, cargando el dolor de sus almas
maltrechas y aceptando, dentro de lo posible, una maldición que les
prohíbe morir a cambio de la vida de otros. Beben sangre, pues en la
sangre está vida y parte del alma de la persona que fallece en sus
brazos. No importa donde vayas, pues allí están. Ellos son
pacientes, esperan con cuidado y saltan sobre ti deseando hundir sus
colmillos en tu cuello.
Al menos, así era.
La moda actual de crear a los vampiros
como seres románticos, desde el punto de vista cursi, o héroes, más
similares a los de Marvel que a cualquier guerrero común, está
provocando que los más afines a este tipo de seres se alcen en
contra de estos atropellos.
El vampiro como príncipe, u hombre
acaudalado, de porte seductora y ciertos rasgos atractivos comenzó
en el Romanticismo. En esta época cultural empezó a bullir la idea
de los vampiros como aristócratas que amasaban fama y fortuna
gracias a sus víctimas, así como a las inversiones generadas
durante su vida. Inversiones monetarias y contactos, que eran
prácticamente pactos, con hombres y mujeres de todo tipo. Es la
época en la cual estalla la fama mundial de estas criaturas. El
terror se apodera de los mortales. La vida nocturna no es la misma.
Cuando hay desaparecidos comienzan a especularse extrañas historias,
sobre todo si el cuerpo no aparece.
Sin embargo, no es hasta las fechas
actuales que las novelas no han mostrado a los vampiros de forma
apetecible, incluso ostentosa, para el público en general. Louis
decidió dar voz y veracidad a muchas historias que se narraban,
derrumbó ciertos mitos y ofreció su visión del mundo. Más tarde,
como todos saben, comenzó a hacerlo Lestat y otros inmortales. Son
muchos los que decidieron decir lo que sentían, contar sus vidas y
narrar sus miserias. Pero esto no quedó aquí.
El afán de heroísmo de Lestat, de
desvelar misterios, y ventilar secretos no ha hecho sino alentar a
otros a creer que es posible cualquier cosa. Y no. No es posible. No
es factible. Una cosa es ser un héroe oscuro, temerario, caprichoso
y con cierta suerte. Otra, muy distinta, es cambiar el libro de
Drácula y convertirlo en un héroe de comic. Los clásicos hay que
respetarlos, aunque los héroes entre los vampiros los haya impuesto
el príncipe de todos ellos.
Muchos se han sentido enamorados, casi
extasiados, por la belleza seductora de la inmortalidad. Tal es así
que han creado historias patéticas llenas de romanticismo absurdo y
barato. Bodas, hijos, pactos de amor similares a la trágica historia
de Romeo y Julieta, añadiendo lobos y circunstancias de lo más
absurdas. Está bien quizás esa literatura para un público juvenil,
pero no muestra realmente lo que es un vampiro. Llamar vampiros a
Cullen y los suyos es una ofensa. Son novelas baratas para que las
jovencitas suspiren, así como para las mujeres adultas que no han
logrado una vida soñada con el supuesto amor de su vida.
Se ha vinculado también los vampiros
con la música. Lestat no ha sido el único, pero sí uno de los
primeros prototipos de vampiros con afición a los micrófonos, el
escenario y las ovaciones del público. Él cantaba a todos las
miserias, crueldades y misterios de los vampiros. Pedía
incansablemente a Akasha una prueba, una verdad, que él desconocía.
El teatro de los vampiros, ese que tanto dio que hablar y que tuvo la
influencia de Nicolas, se vio reproducido en una famosa serie
estadounidense llamada Penny Dreadful. Una serie de vinculaciones, de
monstruos y estrategias, se mueve por la época victoriana y tiene
como desenlace, su primera temporada emitida, en un teatro infectado
por vampiros.
El ser humano ha querido conocer la
verdad de los vampiros, tiene sus propios mitos y difieren según la
zona, pero os puedo asegurar que los actuales no son nada comparables
con los que décadas atrás decidieron saltar a la fama, explicarles
el dolor y matizar los hechos que la historia misma, la historia de
todos, les hizo vivir. Seres que están siempre entre la delgada
línea de la vida y la muerte. Mueren cada amanecer y vuelven a la
vida cuando cae el sol. Seres que no brillan ni lideran ejércitos,
sino que buscan su propia supervivencia.
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