Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 7 de marzo de 2015

Amor desesperado y amargo

Nicolas me amaba, pero no supe verlo. Durante mucho tiempo me golpeé el pecho por ello, me arrastré y lloré. Debí darme cuenta. 

Lestat de Lioncourt 


Venganza. Tan sólo quería vengarme de él. Quería regodearme en su dolor, aplastar su alma con el peso de su propia conciencia, y sonreír burlón desde lo alto del escenario. Por primera vez quería ser yo quien le concediera un poco de su medicina. Esa medicina amarga que solía deslizarse por mi garganta. No tuvo pudor en dejarme atrás, como si fuese un peso muerto, y permitir que viese los horrores del infierno en este mundo. Pude palpar las cuencas vacías de los esqueletos que yacían bajo el cementerio y captar el aroma a carne quemada de cada uno de aquellos desdichados. Podía hacerlo y lo hice. Saboreé las cenizas, tragué el humo de los cadáveres que se consumían en el fuego mientras bailoteaban a su alrededor, y observé como aquel ángel, de cabellos de sangre, parecía una hermosa escultura.

¡Y por eso el teatro se alzó! Como si fuese el cómico y trágico final de una época llena de inocencia, palabras vacías y lujuria desenfrenada. Me convertí en marioneta de mis propios hilos, enredados en la oscuridad y el dolor, que se impulsaba sobre cada uno de los tablones que fueron nuestra tumba. Tú creías que eran nuestro paraíso, el edén, pero en realidad eran sólo madera para nuestros ataúdes.

Dejaste de ser el muchacho que me venció en aquel invierno. Las manos cálidas y ásperas que me desnudaron, el hombre que mordió mi nuez de adán y se naufragó conmigo entre la espuma de las sábanas de aquella mugrienta habitación. Tú me torturaste con tus deliciosas palabras, tus locos sueños, tus nefastas creencias y vaciaste mi alma de cualquier duda. Me conquistaste. Pero, en París, te convertiste en un amante entregado a otros cuerpos, jugabas entre las faldas de las actrices y besabas a las mujeres que suspiraban por ti. Sólo en las noches, cuando te metías en la cama conmigo, me arrullabas con las palabras más tentadoras. Mordías mis hombros, besabas mi nuca y te deshacías de mi pantalón. Podía sentir tus impulsos bajo las mantas, como tus brazos masculinos apresaban mi cuerpo y me torturabas murmurando que me amabas a mí. Un amor idílico, único, magnifico y precario. Yo era quien soportaba tus malos momentos, tus palabras zafias y las mordaces mentiras. Ellas se llevaban tu tono seductor y tus discursos de seda.

Dime, maldito bastardo de noble cuna, ¿cuántas veces me dijiste que me amabas? Jamás escuché un tórrido te amo. Tan sólo escuchaba tus precarias y soeces fantasías pegadas a mi oído, envenenando mi alma y condenándome al paraíso del cual era desterrado a diario. Me convertiste en tu puta, pero reconoce que era la mejor de todas las que has tenido. Mis piernas se abrían dirigentes pensando que así me amarías, mis brazos se apoyaban en el colchón de paja y mi boca, esa boca endiablada, mordía tu vientre para lamer tu sexo. Tenía una lengua de serpiente, que se enroscaba desde la base hasta la punta, y tú reías maravillado creyéndote rey. ¿Y no eras tú el rey de París? Porque así te coronaste. El rey de los barrios más infestos. Una sucia rata venida de un pueblucho entre colinas.

Sólo te pedía que regresaras. Me conformaba con verte a mi lado. Ellas podían tenerte un rato, pero quien te hacía enloquecer era yo. Sin duda alguna eran mis muslos los que te ahogaban, mi cuerpo el que se tambaleaba y mi garganta la que se desgarraba. Mis manos, esas manos que tantas veces tocaron para ti el violín, acariciaban tu vientre como si fueras un Adonis. Pude tenerlo todo, Lestat, y sin embargo decidí tenerte a ti. Me hice esclavo de tus caprichos. Creí que nos hundiríamos ambos en tragos de absenta, caprichosas obras inacabadas y dulces mentiras llenas de eufórico sexo. Pero no. Decidiste irte. Y cuando regresaste, arrogante desgraciado, ocultaste lo que eras y mentiste para no compartir conmigo una vida eterna. ¿Y pretendías que no te odiara? ¿Qué más querías? ¡Me humillaba por ser tu querida!


Si hice el teatro fue para demostrarte que yo también sé jugar con la muerte.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt