—Bonjour monsieur, ¿una moneda para
los artistas?—pregunté, desnudando mi cabeza. El sombrero estaba
algo raído, pero servía. Mis rubios cabellos caían sobre mis
hombros, rozando mis mejillas, y mostrándome ante todos como un
mendigo con la virtud de un charlatán. Mis ojos grises, con ligeras
tonalidades azuladas, brillaban esperanzados ante cada transeúnte.
La capa roja, que me había obsequiado el padre de Nicolas, me
abrigaba aunque no mataba el voraz apetito de días sin llevarme
mucho a la boca.
—Trabaja—fue la respuesta del
caballero, que ni siquiera prestó atención a mi esperanzado gesto.
—Nicolas, hazlo con más
optimismo—dije girándome hacia él—. Imagina que estamos solos
en esa boardilla, sin frío ni apetito.
—Lestat, mi imaginación no alcanza a
tanto—reprochó con una ligera sonrisa burlona—. Mucho es que
imagino un gran pollo asado, guarnición de patatas y una buena jarra
de vino. ¡Ah, maldito apetito!
—¡Atento!—exclamé—. Vienen unas
damas...
Él sabía que podía ser terriblemente
persuasivo y seductor. Las mujeres solían dejar buenas propinas.
Comenzó a tocar una melodía dulce, muy atractiva, que enloquecería
a cualquiera que la escuchara. Era una composición propia, la cual
había estado creando durante algunas noches y me había dedicado.
Nicolas poseía talento, por mucho que mi madre creyese que no
llegaría a conseguir nada loable.
Las mujeres se aproximaron. Sus
elegantes vestidos de llamativos colores y estampados, el perfume de
sus generosos escotes y sus bonitos tocados, gritaban más que las
escuetas joyas, aunque de gran valor, que adornaban sus cuellos,
orejas y manos. Eran hermosas. Jamás había visto mujeres tan
hermosas y perfectas como en París. Tenían la piel blanca, los
labios sonrojados y unos ojos brillantes que parecían las propias
estrellas.
—Admiren a la primavera en pleno
invierno con su cálida sonrisa de verano. Observen las flores que
germinan en este jardín salvaje hecho de adoquines, ruidosos
carruajes y elegantes cafés. Oh, hermosas mías, jamás he visto
nada igual. Soberbias criaturas, hermosas criaturas celestiales,
¿venís del Edén? Por favor, indiquen como podemos, mi amigo y yo,
llegar a vuestro delicioso hogar—mis palabras sonrojaron a las dos
más jóvenes, así como a la mujer de mediana edad. Las tres rieron
aproximándose a nosotros para dejarnos el suficiente dinero para
calentar el estómago—. ¡Oh! ¡Dios las bendiga!—grité como si
creyese realmente en mis palabras—. Hermosas mías, muchas gracias.
—Gracias a ti—respondió—. Hacía
mucho que no me ofrecían unas lisonjas tan elaboradas—susurró la
mayor de las tres—. Mis hijas y yo te estamos agradecidas.
Nos dirigimos algunas miradas, ciertas
palabras, diversos halagos y una despedida amable. Me sentía
eufórico, hasta que me giré hacia Nicolas. Había dejado de tocar,
sus ojos eran los de una fiera y parecía crispado.
—Tú y tus fulanas—masculló.
—Nicolas, lo hago por nuestro bien.
Sus celos eran terribles. Siempre lo
fueron. Sin embargo, se acentuaron en París. Yo no podía controlar
mis impulsos y él no podía controlar los suyos. En nuestro pequeño
nido salvaje, donde nos refugiábamos como si fuéramos aves de paso,
él era el único que lograba enloquecerme. Si bien, mis ojos se
despistaban y caían en los maravillosos escotes, las mejillas
sonrojadas y las bocas carnosas de las parisinas.
—Prefiero morirme de hambre, Lestat.
No me dirigió la palabra en todo el
día. Por la noche me recosté a su lado, abrazando su cuerpo. Mis
manos acariciaron su cintura, se deslizaron bajo su camisa, y él
permitió que un ligero suspiro se escapara de su boca. Se ofreció a
mí, como si fuese un maravilloso regalo, y yo me entregué por
completo.
Lestat de Lioncourt
2 comentarios:
Ah es hermoso amo, lestat y nicolas (porque tuviste que morir) me encanto, podrias hacer uno de marius y armand o daniel y armand, gracias
Supongo que es nueva en el blog o la página... pero de esos hay cientos. Tenemos una programación. No hacemos cosas por encargo, pero además están ya publicados muchos de esos textos. Revise, por favor.
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