Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 8 de marzo de 2015

Coraje

Unas memorias de mi madre. ¡Ah! Odio a mi padre... Ella sobrevivió de puro milagro.

Lestat de Lioncourt 


El frío calaba sus huesos. Sus ojos parecían grises nubarrones sin esperanza. Observaba el cielo despejado de aquella fría mañana. La nieve lo cubría todo. En su vientre había todavía una vida que debía traer a un lugar que consideraba una celda. Se sentía anclada a una vida indigna. Una mujer como ella, que había visto el mundo a sus pies, se veía recluida a un lugar como ese. La humedad subía por los gruesos muros de piedra, pero la hoguera de la chimenea parecía disminuirla por breves momentos. El crepitar del fuego tenía una danza agradable que calentaba sus pies, pero no su alma. Deseaba darse valor. Sería madre de nuevo. Un nuevo hijo.

Había repetido aquel momento siete veces en los últimos diez años. Varios de sus hijos no sobrevivieron las primeras semanas, uno de ellos había muerto con tan sólo un año de edad. Parecían dormidos en aquel capacho, como si fueran ángeles, y ella sentía cierta paz. Sabía que los condenaba a un lugar donde nadie los amaría, salvo ella. Un amor materno extraño que se endurecía. Su corazón le pedía que no amase a los hombres que lograban surgir de su vientre, que ellos también la usarían como esclava. La única hija que tuvo, que estuvo entre sus brazos, nació muerta. Parecía haber comprendido que en un lugar así, con una sociedad tan terrible, no habría futuro para ella si no era un varón, y aún así no lograría más allá que ciertos beneficios.

Entonces, como si fuese un terrible augurio, se sintió húmeda y supo que debían llamar a la partera. Tras varias horas angustiosas, en las que su esposo siquiera fue a preguntar por ella, tuvo un hijo. Un hijo con una pequeña mata de pelo rubia en su cabeza. Tenía la piel amoratada por el esfuerzo, pero seguía vivo. Aún no podía saber si esos ojos, que aún permanecerían cerrados por cuarenta días, serían similares a los suyos. Pero se sintió orgullosa. Se parecía a ella. Veía ciertas similitudes en ella. Deseó que este viviera, que no se fuera, que permaneciese a su lado y fuese el aliento que le faltaba. Sabía bien, por la matrona, que no podría tener más hijos porque su vida pendía de un hilo. Tenía sólo veintitrés años y ya estaba maltrecha.

—Mujer, ¿qué ha sido?—fueron las únicas palabras que tuvo de aquel borracho, al cual tenía que llamar esposo.

—Niño—explicó.

—Bien—dijo colocando sus manos en sus caderas, la observó durante unos segundos y luego vio al pequeño. Un pequeño que no lloraba, pero se aferraba a la mano de su madre—. Estarás contenta, si no es mío no puedo replicar nada. Ese bastardo es tu vivo retrato.

Tenía un aspecto deplorable. Ella sabía donde había estado mientras traía al mundo a otro de sus hijos. La ropa estaba mal colocada, pero no era únicamente su ropa la que hacía que sintiera náuseas. Aquella barba espesa y negra, los ojos verdes tan llamativos, y el cabello negro que caía mal peinado sobre sus hombros, hacían que su estómago se revolviera. Si estuviese bien aseado sería atractivo, pero así sólo era un mendigo con ropas de noble. No tenía modales y no le interesaba aprenderlos. No entendía como su padre, que siempre la amó, pudo ofrecérsela a un hombre que jamás se interesó demasiado por sus sentimientos o su salud. Ella maldijo sus ojos, sus palabras de borracho y sus amoríos con las putas del pueblo. No lo amaba, sino que lo odiaba. Poco después quedaría ciego, legado a sus cuidados, e internamente, sin sentir reparo alguno, se alegró que no pudiese ver que los ojos de su hijo eran grises, como los suyos, y poseía una mirada distinta a sus hermanos.


En ese momento se propuso que ese niño sería distinto. Él se llamaría Lestat, pues sería el símbolo de la superación de cada uno de sus hermanos.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt