Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 16 de marzo de 2015

Aún...

Siempre discutiendo, ¿no se cansan? Ahí van Armand y Daniel.
Lestat de Lioncourt


—Está en la habitación del fondo del pasillo—dijo con voz cautelosa—. ¿Te ha entrado el pánico?

—En absoluto—respondí.

—Armand, no eres inocente de esta culpa. Sin embargo, admito que todos tenemos fallos—murmuró colocando sus gigantescas, suaves y blanquecinas manos sobre mis hombros—. Tu fallo fue el amor que tenías hacia él, ¿aún está en algún lugar o debo creer que no has mentido en tus memorias?—aquella pregunta fue un dedo en mis heridas, las cuales ya estaban prácticamente cicatrizadas.

—Me conoces bien—susurré—. Haz tu propio juicio, Marius, pues te encanta hacerlos.

Decidí tomar la decisión más justa y sabia. Tenía que enfrentarme al monstruo que estaba al otro lado. Aquellos ojos casi violáceos, de un intenso gris azulado, me esperaban. Cuando estallaban eran púrpuras. Una lluvia violácea que caía sobre mí con la rabia de una vida truncada, sueños terribles y rencores que no podían olvidarse.

Caminé apresurado. Las botas que llevaba, llenas de lodo, dejaban la huella de mis pequeños pies por las baldosas de mármol de aquella mansión. Bajé el cierre de mi abrigo de plumas celeste, lo colgué de mi brazo y me saqué el borro de lana del mismo color. Mis cabellos rojizos cayeron sobre mi suéter blanco, que contrastaba con mis jeans negros. Parecía más estilizado y menos aniñado que con aquellos trajes de lino blanco. Dejé atrás esa careta de bendito, para adoptar una pose más masculina y formal. Sabía que él me atacaría con su lengua tan mordaz como venenosa.

Al tocar el pomo creí que me desvanecía. Los miedos de otras épocas regresaron. Volví a necesitar su aprobación y cariño. Jamás mostré por completo mi alma ante él, pues tenía miedo de ser herido. Y aún así, pese a todo, terminé acuchillado por sus palabras bañadas en whisky y ron añejo. Cuando abrí la puerta lo vi y fue como retroceder a las viejas noches en La Isla.

Las luces de las abarrotadas calles, el sonido del tráfico, la figura ligeramente lóbrega de los demás edificios y el agradable aroma de los muebles nuevos, elegidos en las tiendas más estrafalarias, volvieron. Aquella simple habitación forrada de terciopelo rojo, mármol blanco en el suelo y columnas con acabados dorados cambió por unos segundos. Su mesa de trabajo se llenó ante mí de sus viejas maquetas, aunque tan sólo existía una minúscula casa con la que jugueteaba desganado. No tenía esa pose defensiva, pero jamás la poseyó. Siempre parecía relajado; aunque su flequillo revuelto, su camisa mal colocada y sus ojos intensos demostraban siempre que no era más que meras apariencias.

—¿A qué has venido?—preguntó con voz monocorde.

—Quería ver por mis propios ojos que estás bien.

—Ya me has visto—dijo incorporándose, para levantarse de la silla y venir hacia la puerta.

De inmediato eché un paso atrás. Me sentí acorralado. Al otro lado del pasillo estaba Marius, mi creador y gran amor, como testigo. Daniel se aproximó a mí.

—Vete—susurró a un palmo de mi cara—. ¡Marius! ¡Llévatelo! ¡Échalo! ¡No quiero verlo!

—Estaba preocupado...—murmuré.

—Preocúpate mejor por ti, pues si no te marchas acabaré atacándote. No te soporto—dijo apoyándose en el marco de la puerta, inclinando su cuerpo hacia mí.

Empecé a llorar. Mis mejillas se llenaron de pequeños riachuelos rojizos. Sentí que mi corazón se quebraba una vez más. Había mentido mil veces y lo he admitido otras miles. Sigo queriendo a Daniel a mi modo, sufriendo por él y necesitándolo. Pero él, como es habitual, me detesta.

—¡Marius!—exclamó alzando la vista para centrarse en él.

La figura alta y de hombros anchos, con aquel cabello dorado cayendo en cascadas lisas por estos, caminó hacia mí. Su camisa roja se fundía con el papel de las paredes, pero no sus pantalones oscuros similares a los míos. Se aproximó a mí, me tomó del brazo derecho y me hizo caminar hacia la salida. No dejé de llorar. No podía hacerlo.

—Es mejor que te vayas. Si quieres saber algo sobre él puedo enviarte información o reunirnos—dijo. Su tono era quedo, sosegado y muy masculino. Sentí como cada palabra tocaba la fibra más sensible de mi alma.

—Sí...  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt