Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 16 de marzo de 2015

Iguales

Quizás Marius encontró en Daniel la horma de su zapato.

Lestat de Lioncourt


A primera vista era un animal herido. Un pequeño animal asustado por la tragedia que había visto frente a él. Temblaba entre la emoción, de saberse vivo, y la desesperación, por los sueños que aún le perseguían. Sus manos blanquecinas, igual que su cuerpo, hablaban de noches en vela pulsando las teclas de su máquina de escribir, bolígrafos que estallaban en sus manos mientras notaba notas y grabadoras que terminaban sin cinta para cubrir los pensamientos más desesperantes. Era aberrante saber que Armand había cometido su primer y mayor pecado. Él no tenía una mente estable, pero el miedo le había impulsado a crear un monstruo con el cerebro tan torturado como su alma.

Decidí quedarme con él. No fue una decisión generosa, sino necesaria. Aún amo a Armand demasiado, sabía que si Daniel perecía la conciencia se volvería más turbia y él padecería. Opté por sostenerlo como quien sostiene el corazón de su ser amado, intentando salvar su vida en un acto desesperado.

Ofrecí un lugar para quedarse, reservado de todo recuerdo que pudiese afectarle, materiales para que se concentrase en el arte y dotarle del conocimiento adecuado. Las primeras semanas fueron de silencio, observación mutua y desdén. Pero entonces habló. Me habló como si fuese su padre.

—¿Alguna vez has tenido sueños?—preguntó en un tono educado, aunque generaba cierta distancia entre ambos. Sabía que yo era su superior, su benefactor, pero no su amigo. Los padres son así. Son benefactores para muchos, pero no son cómplices de sus deseos.

—Miles—respondí.

—¿Has cumplido alguno?—dijo con cierto interés.

—Sí, pero no siempre permanecen a tu lado—expliqué sentándome en la mesa con él, frente a frente, mientras un centenar de minúsculas casitas se hallaban como únicos testigos de aquella conversación.

—Yo tenía el sueño de no morir. He tenido ese sueño desde que conocí a Louis, pero ahora es una pesadilla—susurró.

—Porque así lo deseas. Si me permites guiarte podrás sostener en tus manos las pesadillas, aplastarla con tus dedos y enviarlas a un rincón tan lejos que no te hagan daño. Te daré fortaleza, Daniel—comenté mientras tomaba una de las casas—. Tienes talento.

—Es para no pensar, para no sufrir.

Creo que en ese momento supe que él hacía sus casas del mismo modo que yo pintaba cuadros. Hacía aquello para no sufrir. No pensaba en el daño, ni en los sueños rotos, mis víctimas o mi orgullo desmedido. Tan sólo era feliz dando pinceladas a cada obra. Cada pincelada significaba una lágrima menos, una disculpa no dada, un sueño roto y un poco de esperanza.

Terminé apartándome de la mesa, para quedar a su lado y apoyar mis manos sobre sus hombros. Mis ojos contemplaron el valle de pequeñas casas, las siniestras sombras que proyectaban, las numerosas calles amplias y los parques. Era una ciudad en la cual no interesaba un nombre concreto, una localización, sino que era un cúmulo de recuerdos. Me incliné sobre él, besé su mejilla derecha y sentí que por primera vez deseaba amar, no olvidar y ser maestro de alguien más allá de un simple título eterno.


Con el tiempo el lazo se ha hecho más fuerte, el amor es evidente, y me he hecho adicto a su compañía. Sus escuetas preguntas, sinceras y concisas, su mirada profunda y sus labios rozando los míos son sensaciones placenteras para un hombre que aún arrastra consigo las numerosas cadenas del orgullo y la ira. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt