Y por eso sé que el enano sufre...
Lestat de Lioncourt
Siempre terminas rompiéndome el
corazón. Jamás comprenderás nada de mí. Te dedicas a mirar la
superficie con suspicacia, sonreír con cierta malicia y arrojarme
palabras indebidas. Ni siquiera sabes que espero con ansias que
cruces esa puerta, te presentes ante mí y grites con furia que soy
un monstruo. Te miro como si careciera de sentimientos, pues no
quiero que sepas que por ti daría todo lo que tengo. Incluso haría
que consiguieras ese capricho, que nos dividiría para siempre. Te
amo y deseo que lo hagas. Ni siquiera imaginas las veces que he
rogado a Dios por ti, aunque digo que ya no lo hago.
No soy un demonio. Sé que tampoco soy
el ángel que todos creen al verme. No puedo engañarte. Quizás sí
soy un monstruo entre los hombres, un pecador, una serpiente
retorcida que juega con la manzana y sonríe fascinado con la muerte.
Sin embargo, contigo soy un ángel de la guarda que espera ser amado,
pese al pecado que cometería, porque el amor está por encima de
todo. El amor es un principio universal.
He derramado litros de lágrimas por
ti. Si bien, te jactas de mi crueldad. Me has llamado de mil formas,
pero jamás algo dulce que yo pueda retener en mi corazón. Te di
demasiado pronto mi amor, concedí la verdad de mis pecados, rocé
tus labios y quedé envenenado por cada célula de tu cuerpo mortal y
ahora pago las consecuencias. Te amo demasiado. Sí, demasiado.
Demasiado existe en el amor cuando el otro ser, tú mi querido
periodista, está tan ciego que no ve que mi corazón se retuerce por
ti.
Nunca comprenderás mis palabras. Es un
hecho que tendré que vivir a la sombra de este dolor. Sonreiré y
diré que no te quise, que fuiste una marioneta o un juego. Todos
creerán que soy así. Pensarán que me cansé. Se reirán incluso de
ti. Pero en un rincón de mi apartamento, donde te dije que te amaba,
estaré sollozando porque no estás para abrazarme. Te he regalado
todo, pero sólo quieres la inmortalidad...
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