¿Un monstruo? Sí, pero uno hermoso con unos tacones de infarto.
¿Por qué no me dice esto a la cara? ¡Qué se deje de cartas!
Lestat de Lioncourt
Te detesto porque detesto que intentes
imponer tus normas. Esas normas que me parecen tan absurdas y
pueriles como a ti. Ni siquiera tú eres capaz de dominar ese
carácter tan fuerte, ese que ocultas con tus finos amaneramientos de
hombre de otra época. Muestras la hipocresía que tanto odias, pero
también añoras. Sé que jamás te has topado con un igual como yo.
Nunca has visto a un ser que ansiara la libertad de forma tan
salvaje. Ni siquiera tu madre es capaz de igualar esta forma tan
retorcida, casi despiadada, de amarte. No te he dado la espalda, sino
un guiño y un silencio sepulcral.
Quizás te parezco una niña
caprichosa, que patalea porque no consigue todo lo que quiere, pero
no soy tu niña. Ni siquiera soy una niña. Detesto que me veas tan
pura como una flor. Te diré que incluso las flores son venenosas. La
vida fue difícil para mí, pues ni siquiera sabía quien era. Ahora
lo sé. En este edén salvaje, ese que tanto idolatras, puedo
considerarme parte de las musas de cualquier desdichado. Mi lista de
amantes tal vez es larga, pero sólo he logrado ceder mi corazón en
pocas ocasiones. He aprendido rápido, pues he tenido el mejor de los
maestros. Tú no puedes dominarme. No lograrás que ceda. Puede que
mis encantos y mi pose me hagan frívola, ingenua o quizás débil.
Sin embargo, sabes que en mis venas está tu fuerza y has visto
dentro de mi corazón, pues te has ahogado en cada glóbulo rojo de
ésta bruja, para conocerme tanto que me amas y me odias. Tu amor y
odio es tan similar al mío que podríamos decir que se iguala al de
Montescos y Capuletos.
A veces desearía arrancarte esos
hermosos ojos, como si fuese un cuervo, pero luego me quedo
embriagada por tus abrazos. Desearía que te murieras, pero sé que
eso terminaría llevándome a la locura. Nuestra relación está
hecha un caos. Somos distintos extremos de la misma soga y, esa soga,
nos está apretando. Quieres imponerte con mano dura, pero a la vez
prefieres morir antes de ser igual que otros que te retuvieron,
ajusticiaron y te dieron por perdido.
Me amas. Yo sé que me amas. Igual que
yo no puedo olvidarte. No podemos hacer nada al respecto, ¿o quizás
sí?
Sé como me miras. Conozco esa
expresión estúpida. Puedo notar que te pervierte mis curvas, te
hundes en el aroma de mi busto y naufragas en la estúpida sensación
de control que ejerces sobre mí. Sin embargo, rompo todo lo que has
creído. No eres capaz de acobardarme. ¿Y qué si eres el más
fuerte y aventurero? No me asustas, tampoco me fascinas y no puedes
obligarme a que te adule como una marioneta. Puedo sacar lo mejor de
ti, pero también provocarte hasta llegar al borde de las lágrimas.
Hazme caso, Lestat, no estamos hechos para soportarnos. Tú me has
abandonado y yo, como no, he sabido encajar ser de nuevo uno de esos
trucos baratos tuyos. Sin embargo, yo seré más que un error. Seré
el más provocador de todos los errores que tú has tenido.
Soy contradictoria, pero libre. Lo que
tengo ahora quizás sólo me valga un rato. Puedo considerarme un
igual, pues tengo tus mismos pecados. Sin embargo, sé que llegaré a
ser peor que tú. Has creado un monstruo.
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