Khayman, y muchos otros, no lo dieron por muerto. Tenían razón. Mael estaba vivo.
Lestat de Lioncourt
La soledad puede hacernos perder el
juicio. En ocasiones, la soledad está ahí sin más. No importa
cuantos te rodeen. Es absurdo creer que la soledad sólo te abriga
cuando el silencio llega, te abraza y susurra a tu oído. Hay quienes
son incapaces de sentirse solos, pues llevan consigo una horda de
recuerdos y promesas que les impulsa a seguir escalando en sus
sueños, persiguiendo momentos, secuestrando palabras y aproximándose
lentamente a lo que siempre ha deseado tener. Sin embargo, hay
quienes poseen todo, inclusive aduladores natos, y notan un vacío
tan terrible que puede provocar que terminen sintiéndose unos
fracasados.
Me he sentido solo en muchas ocasiones.
He deseado que alguien se apoyase realmente en mí, me tomase de los
hombros y me dijese: Yo te escucho. Sin embargo, sólo he encontrado
silencio, mentiras agradables y pasiones insípidas. Mi mundo, ese
que es parte de todos nosotros, se redujo drásticamente. Quise creer
en otros, seguir a otros, y buscar un Mesías para abrazar una nueva
fe. No sirvió para nada. Comprendí que seguía sintiéndome tan
vacío y absurdo como hacía tiempo.
Pensé durante mucho tiempo que estaba
maldito. Pero luego comprendí que mi maldición es la mayor de las
bendiciones. Acepté que tenía que ser yo mismo y no otro. Busqué
mis raíces allá donde ya nada quedaba. Hallé la solución cuando
el dolor de mis heridas me impedía salir a las calles y hacer mi
vida con normalidad. Aunque, ¿se puede llamar vida a lo que hacemos?
Nos arrastramos por los suburbios, buscamos gente a punto de morir
por una sobredosis, enfermos sin cura, bastardos corruptos y mendigos
que sólo tienen su alma para refugiarse del frío. Lo desconozco y
no quiero inmiscuirme en esos temas. Ya me había cansado de ese
círculo vicioso.
He recorrido el mundo escuchando el
murmullo de una voz siniestra. Creía volverme loco. Mis heridas eran
terribles. Por mucho que bebiese no me curaba. Durante años parecía
un leproso. Me ocultaba en los bosques, bebía sangre de animal y
buscaba la luz de la luna para guiarme entre las viejas raíces,
hojarasca y hongos. Aprecié el olor a humedad. Saboreé la tierra
entrando en mi boca en las mañanas más lluviosas y enterré mis
dedos en la tierra cada atardecer.
Ahora, que la guerra entre los nuestros
parece haberse enfriado, busco torpemente como mantenerme decidido.
Busco a Talbot. Hay una historia que debe saber, un susurro que tiene
que escuchar, y un ser que debe observar como si fuese una aparición.
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