Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 11 de marzo de 2015

El diablo en un café

Observaba su cuerpo joven, robusto, con aquellos ojos oscuros tan llamativos. Tenía la piel ligeramente tostada, el cabello negro ligeramente ondulado y una enorme sonrisa que relajaba sus perfectas facciones. Su alma había cambiado ligeramente aquel corpulento cuerpo, el cual me rebasaba en estatura por unos diez centímetros, y se había convertido en el hombre que vi bajo la inocente lamparilla de su despacho. Vestía con un buen traje negro, de esos hechos a medida, y con una corbata de seda color gris. La camisa blanca, impoluta, parecía centellear resaltando su tono de piel y la americana que, con ademanes elegantes, había desabrochado.

—¿Has podido averiguar algo más?—pregunté coqueteando con el borde del vaso. El ponche se enfriaba, pero no importaba. Ni él ni yo íbamos a consumir aquellas copas.

—No—respondió.

—Me inquieta—murmuré.

—París te ha sentado bien—dijo clavando sus ojos oscuros en los míos.

—Cada noche es una nueva oportunidad... de hacer el mal y bailar con el Diablo—musité.

Él guardó las formas, pero una leve sonrisa cruzó sus labios con un aire burlón. Tanto él como yo recordábamos bien ciertos hechos acontecidos hacía más de una década. La visión de la Verónica, el Velo, Dios, el Diablo llamado Memnoch, los ángeles, la caída, el paraíso, el Cielo y el Infierno. Mis deseos de ser santo habían desaparecido, igual que mis ilusiones de conocer al Santo Pontífice.

—Yo que te hacía desear volver a los altares—sus brazos estaban relajados, con los hombros echados hacia atrás, y con una pose distinguida. Se veía en él las maneras de un caballero, alguien acostumbrado a dialogar durante horas, pero yo siempre fui demasiado impaciente.

—No, no pienso hacer eso—negué meneando la cabeza con nerviosismo—. Sigo escuchando música, sigo aullando bajo la luz de las farolas y disfruto enormemente... matando—susurré lo último con cierta discreción, pues la camarera podía oírnos.

—Amigo mío, ¿qué puedo decirte? La aventura sólo ha comenzado para mí—dijo encogiéndose de hombros.

—Quiero volver a tenerte cerca, David.

—Me tendrás siempre que me necesites. Sabes como contactar conmigo—indicó incorporándose, para rodear la mesa y besar mis labios con cierta dulzura—. Me alegra volver a verte, Lestat. Por favor, no te metas en líos.

—El último problema no lo causé yo—mis palabras le sacaron un par de carcajadas—. Bien lo sabes—añadí.


Él se marchó. Sólo fue una visita de cortesía. Deseaba confirmar que me encontraba de una sola pieza. Durante años había viajado solo, alejándome de todos, mientras ofrecía mi silencio al mundo. Muchos creyeron que yo me había vuelto a enterrar, cientos usurparon mi nombre y millones me esperaban ansiosos en las librerías. Él sabía bien que yo era inocente de todos los cargos, sobre Amel y su maldición, y su férrea defensa me conmovía. Jamás nadie se ha portado conmigo mejor que David.

Lestat de Lioncourt   

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Lestat de Lioncourt