Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 11 de marzo de 2015

Lealtad

La lealtad de David es impresionante y por eso lo amo y admiro.

Lestat de Lioncourt

La lluvia caía precipitándose más allá de los pantanos, mansiones que a duras penas se mantenían firmes, famosos cementerios y calles, que hasta hacía minutos estaban abarrotadas, parecían una lengua oscura que conducía al propio infierno. New Orleans se había convertido en charcos, sonido de lluvia, neumáticos deslizándose a gran velocidad por las calles aledañas y ramas meciéndose toscamente. Él estaba allí, permitiendo que su traje se echara a perder, con una sonrisa radiante en los labios. Cualquiera que lo divisara pensaría que había perdido el juicio. El paraguas estaba colgado en su brazo derecho y sus manos, que parecían tan grandes como su cuerpo, estaban en los bolsillos de la americana. Su pose era la de Gene Kelly, aunque sin canciones ni bailes.

El sabor de la sangre aún llenaba su boca. Su víctima estaba colocada frente a su viejo y pequeño televisor, con la cabeza echada hacia el lado derecho de su sillón de orejeras, con sus arrugadas manos sobre su últimas labores de lana y con la madeja entre sus pies cubiertos con babuchas cálidas. Su piel oscura empezaría a amarillear, el olor a muerte ya llegaba hasta él y el murmullo de la televisión durante toda la noche alertaría a sus vecinos. Estaba enferma y vieja, cansada de vivir, y él fue su última visita. En él vio la belleza de otros tiempos, conversó de tú a tú, y se dejó llevar por los buenos recuerdos. ¿Quién podía culparle de alimentarse de una inocente anciana? Nadie. De todas formas iba a morir. Tenía la huella de la muerte grabada a fuego en su viejas sienes, su cabello ceniciento y sus pequeños ojillos llenos de arrugas. Olía a lirios y galletas de canela. Era una mujer hermosa aún hoy, por eso su belleza la conservó en su último suspiro que él se llevó.

Siempre se había preguntado como era arrebatarle la vida a alguien para vivir. Había leído sobre vampiros durante décadas. Ansió la eterna juventud. Viajó por el mundo intentando comprender los misterios más terribles, pero la muerte era el misterio más interesante. Curiosamente nunca conocería realmente lo que es morir, pero sí la muerte de otros. Muertes dulces o violentas, pero muertes. Las necesarias. Muertes justas para que él siga viviendo con la conciencia tranquila. Marius ya le había advertido que quien consumía sangre inocente, como las de una buena madre o un muchacho sin tacha, se volvía loco con el tiempo. Enfermos y pobres diablos. Sólo eso. Sin embargo, la maldad era apetecible. Pero él, un hombre entero, seguía siendo un cazador que seleccionaba con cuidado cada presa.

Escuchó tras él unos pasos. Eran pasos poco discretos, aunque intentaban no llamar la atención. Al girarse, con aquella pose de estrella de cine en sus mejores tiempos, el individuo se detuvo. Era un hombre de unos cincuenta años, tenía el cabello negro con ligeras betas de canas en las sienes, sus ojos eran muy llamativos por la profundidad con la cual le miraban y su piel, sus rasgos, eran similares a los de cualquier latino. Sin embargo, no era cualquier latino. Él era Yuri Stefano, el discípulo de Aaron. Hacía tiempo que no se veían las caras. Tras él apareció Olivier Stirling, como una sombra alargada de su vieja organización.

—¿Tanto miedo existe ahora en la orden para enviar a sus investigadores en pareja?—sacó su mano derecha del bolsillo, la pasó por sus húmedos cabellos y despejó así su frente. Tenía unas cejas perfectamente delineadas, un rostro anguloso y una belleza mágica. Joven para siempre, pero con la experiencia y la paciencia de un hombre en su senectud.

—¿Y Lestat?—interrogó Stirling.

—En Francia, quizás—contestó encogiéndose de hombros—. ¿No leyeron su último manuscrito?

—Está incompleto—comentó Stefano.

—Ah... tendrán que esperar entonces—sonrió girándose para seguir su camino—. Ya conocen mi lealtad, pues es la misma que tuve hacia Talamasca y mi viejo amigo. De mis labios no saldrá nada. Esperen a Paraíso de Sangre... si llega a salir a la luz, por supuesto.


Dicho eso sus pasos se apretaron y desapareció entre la lluvia, los charcos, el tráfico, los edificios antiguos y los árboles que se agitaba con el viento. Sólo quedaron ellos dos con sus misterios y sus preguntas.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt