¿Me usaste? ¡No me digas! Por eso te detesto. Por eso y por muchas cosas más.
Lestat de Lioncourt
En la oscuridad mis alas parecen de
piedra, pero si te aproximas podrás ver que son tan suaves como las
de un ave. No poseo alas negras. Desconozco que es la maldad, pero
disfruto del pecado de la razón. Decidí pensar. Impuse mi propio
juicio. No acepté que Dios pudiese tener motivos para obligar a
cientos de almas destrozadas, arrojadas al abismo, y olvidadas como
si jamás hubiesen existido. Quise que tú lo comprendieras, ¿qué
hice mal? ¿Soñé demasiado? ¿Quizás volé demasiado alto?
Observé el recorrido de tu vida
mortal. Pude ver la rabia en tus ojos, la esperanza tatuada en la
dermis de tu alma y la necesidad, tan imperiosa como rebelde, de
buscar una solución a la miseria que solía rodearte, asfixiarte y
sepultarte. Te convertiste en un soñador mucho antes de darle nombre
siquiera a estos. Fuiste un niño entregado a la verdad, por dolorosa
y terrible que fuese, y respetaste tu libertad como si tuvieses alas.
Vi como derramabas la sangre de inocentes a cambio de salvar tu vida,
algo que no pudiste olvidar y que aún pesa sobre tus hombros. Eras
un cazador, pero no un asesino. Sin embargo, podían tacharte de
cobarde y ser el hazmerreír de un pueblo asustado por las bestias de
ojos pardos, pelaje espeso y fuertes dentelladas.
¿Sientes la nieve cayendo lentamente
sobre tus cabellos dorados? ¿Puedes apreciar tus pies helados? ¿Y
el miedo? ¿Eres capaz de percibir tu propio miedo? ¿Qué fue de
esos ojos soñadores? ¿Siguieron soñando como un niño o como un
monstruo sediento de cosas más grandes que vivir en una pocilga como
lacayo? Dime, ¿qué sientes cuando recuerdas que ese hecho hizo que
el hilo de tu vida se agitara? Empezaste a vivir realmente tras ese
hecho. Conociste de cerca la muerte, pudiste seguir su rastro y
sentiste la cálida sangre entre tus manos. Eras un asesino
reverenciado, apreciado, amado, idolatrado hasta límites indecibles
y terriblemente culpable corriste a refugiarte en sueños más
apacibles.
Amabas la vida. Querías disfrutar de
ella. Te dejaste llevar por la fascinación del teatro. Y yo, como
buen demonio, seguí tus pasos. Observé y especulé hasta donde
llegaría el delirio de Magnus. Cuando, tú mi querido cazador, te
convertirías en presa de un monstruo terrible. Lloraste, aceptaste
tu destino y te convertiste en un divino demonio sobre las tablas del
mundo. Yo te adoré entonces, deseé aparecerme con una sonrisa y una
sutil invitación. Si bien, era temprano.
Te he amado. He sentido un amor
terrible cuando te he visto junto a Marius, llorando por Claudia o
deseando regresar a la hermosa época de tu “Familia Feliz”.
Observé tu sueño, acaricié cada pensamiento sin que pudieses notar
mis dedos, y canté tus canciones como si fuese uno más de tus fans.
Fascinaste al demonio y éste quiso que fueses su compañero. Pero
tú, como no, decidiste ser rebelde y aceptar otro destino. Yo lo
sabía. Por eso te elegí a ti. Sabía que me negarías más veces
que San Pedro frente al canto del gallo.
Te dejé vivo, con una historia que
contar y un velo entre tus manos. Ofrecí al mundo un mensaje y tú,
mi querido rebelde, conquistaste a todos con tus encantos. ¿Cuántos
han clamado mi nombre desde que tú narraste mi historia? ¿Cuántos
creen ahora en mi bondad y esperan, con ansiedad, que esas diez almas
aparezcan y podamos llegar todos al paraíso?
No hay comentarios:
Publicar un comentario