Disculpas. Aunque suenen vacías,
llenas de cliché y absurdas en este momento. Sin embargo, lo único
que puedo rogar es tu perdón. Sin embargo, sé que no me detestas.
Fuimos amigos, te di la oportunidad de sobrevivir y tocar cada noche
hasta el fin de los tiempos. Esa destreza con el piano, tus dedos tan
finos y hábiles, provocaban en mí el deseo febril de escucharte
cada noche. Era como el delirio de una poesía magnífica, tan
enloquecedora como soberbia, que te hacía saber que estabas vivo,
aunque fueses un monstruo condenado por cientos de pecados que el
hombre aún no le dio nombre.
Aún puedo naufragar en esos mares
azules. Mares de tormenta que harían zozobrar a cualquier experto
marinero. Tus carnosos labios, esos que sonríen con toda bondad,
siempre murmuraban marchitos sueños que aún, pese a todo, querías
rescatar. Eras un genio, pero nadie valoraba tu talento. Tu mayor
poder era enamorar a cualquiera con sólo ver tu resuelto andar, tu
magnífica presencia frente al piano y como las notas brotaban igual
que las aguas de un manantial sagrado.
Recuerdo haber besado enloquecido tus
muñecas, rozado con mis labios el dorso de tus manos y lamido la
punta de tus dedos. Me mirabas sonrojado, perdido en la inquietud de
mis ojos, mientras balbuceabas palabras tórridas y románticas.
Viene a mi, como si fuese un viejo daguerrotipo, tu pecho
descubierto, de pezones canelas, esperando ser succionados con la
delicia de un amante insatisfecho por tan breves minutos a solas. No
puedo olvidar el hedor a podredumbre, humedad y polvo que se
acumulaba en aquella ruinosa habitación. Deseaba arrancarte de allí,
como si fueses un ángel caído del cielo, para acunarte en mi cama
mientras yacías temblando impúdico.
Antoine, mi muchacho al piano, eras tan
delicado que ni siquiera eras consciente de tu fuerza. Tu mayor
destreza era la pasión, el respeto a la vida y la muerte, la ilusión
infame de tocar para siempre y tu amor por ti. Tenías una fe ciega.
Una fe que aún me guardas. Me respetas y me amas, todavía lo haces.
No sé como darte las gracias por amar a este monstruo, pero sé que
todo hubiese sido distinto de no haber luchado a mi lado.
Gracias por volver a mi vida... por
gritar mi nombre... por mostrarme que sigo siendo el héroe que a
todos fascinan.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario