Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 21 de marzo de 2015

Mujer, reina...

Akasha era algo más que un monstruo, porque era una mujer. El monstruo lo creó el miedo que teníamos a su poder. Ella era una mujer. 

Lestat de Lioncourt 

Detestaba ver que pese a los siglos, así como la sangre derramada, aún la Tierra, mi mundo, se viese afligido por la hipocresía y la imposición de miles que se creían sabios, pero jamás tuvieron sueños. Si un sabio carece de sueños, metas y posibles triunfos, carece del impulso apropiado para fortalecerse y luchar. Frente a mí tenía día tras día a un vampiro arrepentido, un hombre dolido por su propio orgullo, y detestaba la compañía perpetua de mi amante, mi esposo y rey. Allí sentada, en aquel trono de oro que podía alimentar a cientos, me sentía vacía.

Los hombres se habían convertido en hienas, la decadencia había arrasado las hermosas tierras que yo había cultivado con amor y pasión, el olvido había llegado a convertir en dementes a los que una vez me adoraron, la verdad se desvanecía y el sol parecía inocuo en mí. La vida pasaba frente a mí sin formar parte de ella, como si yo no tuviese sentimientos y sólo fuese un trozo de piedra recién esculpido. Quería llorar. Nadie me trataba como una mujer, tan sólo veían a una diosa, una reina, la fuente de poder y me veneraban como a una madre.

Ni bondad ni malicia. Ni diosa ni monstruo. Yo era una mujer. Una mujer que había sido madre. Una madre que había visto crecer a su hijo lejos de sus brazos. Sostenía entre mis manos el vacío de un gran pesar. El amor era tóxico para mí, pues no encontraba la pureza de otras épocas. Pero, para colmo, ese murmullo. Las palabras sutiles, en un idioma antiguo que yo había usado como si fuese nuevo, y en un tono calmo. Me hablaban de pasión, despertar, tambores en medio de la noche, llamaradas por doquier y la verdad yaciendo en el pecho de mis enemigos.

Entonces, él, apareció. Su rostro hermoso, casi perfecto, como si hubiese sido cincelado por el mayor de los artistas. Sus labios carnosos murmuraban dudas que aún no había solventado, las mismas que yo una vez había tenido. Esos ojos profundos, vivos, audaces y llenos de amor se posaron en mí y me preguntó sin necesidad de palabra alguna, sin tener que hacerlo a viva voz, mi nombre. No pude controlarme y lo grité. Grité a su mente mi nombre. Grité la verdad que no había propagado aún a otro ser desde hacía tanto. Me sentí dichosa. Él me amaba como amaría un niño a una flor, simplemente por su belleza natural. No me temía, tampoco me codiciaba. Tan sólo quería estar a mi lado, comprenderme y sentir que yo podía vibrar aún bajo ese cascarón de piedra.


Tardé en percatarme que no regresaría. Él se había marchado. Odié a Marius por su codicia, sus celos, su orgullo herido y sus reproches. Sabía que él mismo se odiaba por ello. Guardé celosamente mi pasión y me hice un juramento. La próxima vez que viese a mi príncipe, ese ángel hermoso dotado con la astucia de los nuevos tiempos, lo haría mi compañero y rompería las ataduras. Igual que rompería el mundo en mil pedazos para crear uno nuevo.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt