Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 19 de marzo de 2015

Raíces

Vaya dos... Y luego dicen que Louis y yo somos quienes más discutimos. ¡JA!

Lestat de Lioncourt


Había caminado toda la noche. El amanecer se acercaba. Escuché rumores sobre su presencia en aquel lugar, tan alejado del mundo y tan próximo a lo fuimos. Allí, bajo el pie de aquella ladera, nos encontramos dentro de la corteza de un árbol. Me habían narrado su muerte en varias ocasiones, pero también me confundían las noticias que llegaban desde esta tierra, tierra de nuestras esperanzas y la primera batalla librada.

Alcancé a verlo con una túnica blanca, aunque ligeramente sucia por el lodo de las últimas lluvias, con el cabello enredado en la hojarasca que cubría todo. Sus hombros parecían caídos, dándole una pose natural y relajada, pero sabía que estaba alerta. Jamás pude sorprenderlo. Su oído era magnífico, como el de cualquier inmortal, así como su nariz. Él era un vampiro completo. No podíamos comunicarnos mentalmente, pues era imposible por ser su creador, pero existía un vínculo que jamás se rompería. Sabía que él no comprendería mis razones, pero estaba allí dispuesto a permanecer a su lado por largo rato.

—Jamás pensé que volverías aquí—dije, quedando a su lado.

—Aquí nació lo que soy—respondió colocando sus manos sobre el tronco hueco—. Están mis raíces mezcladas con la tierra que pisamos.

—El bosque me parecía mayor antes, tenebroso y peligroso—murmuré.

—Ha empequeñecido, pero no son por nuestros recuerdos—sus ojos me perturbaron. Parecía un fantasma del padre de Hamlet. Aquellos ojos, profundos y ciegos de ira, me hicieron temblar. Buscaba venganza, pero no la hallaba. ¿Venganza de qué? No deseaba saberlo—. Realmente ha quedado convertido en un reducto minúsculo de vida.

—Me dijeron que estabas muerto—dije tomándolo del brazo izquierdo, rodeándolo con ambas manos, para tirar de él mientras inclinaba ligeramente mi rostro hacia el suyo.

—Desaparecido, pero no muerto—respondió jalando de su brazo, para liberarse.

—¿Por qué? ¿Por qué te expusiste al sol?—pregunté con cierto nerviosismo.

—¿Por qué te quedaste con ella y no conmigo? ¿Por qué no me buscaste antes? ¿Por qué sigues amando los libros? ¿Por qué? Tal vez no hay una respuesta para mis preguntas, como tampoco la hay para la tuya—una ligera sonrisa, cínica y cruel, se formuló en sus ojos mientras sus ojos hablaban de dolor.

—Uno no se expone al sol así porque...

Quería encontrar las palabras apropiadas. Esas palabras que me dieran fuerza. Había olvidado que era elevar mi tono de voz. Prácticamente no tenía que hablar con Zenobia. Ella se mantiene a mi lado, escuchando algunos renglones interesantes de los libros que conservo, guardando silencio contemplándome con esos enormes ojos que arrancan, todavía hoy, suspiros de mis labios.

—¿Por qué se expone? ¿Por creencias?—alzó ligeramente su ceja derecha, para luego dar un paso atrás. Elevó sus brazos hacia el cielo, como si quisiera danzar junto a un fuego imaginario, y rió. Estaba gozando ante mi preocupación y condena—. Tal vez por miedo a morir de forma poco digna y ver que el infierno se abre a tu paso, te abraza el demonio y te susurra que será la última vez que veas el mundo. Prefería hacerlo yo antes que sentirlo gracias a todos esos maníacos que están ahí fuera.

—La voz...

—Sí, la escuché ese día—atestiguó—. Pero no fue él quien me insistió—colocó sus manos sobre mis hombros, apretándolos como lo hacía en los viejos tiempos, para luego besar mis mejillas igual que Judas a Jesús—. Fue el dolor y la tragedia. Quizás fue todo. Tal vez quería tocar el cielo, ¿no me merezco ver esas maravillas con mis propios ojos?

—Aún las crees... ¿o no?—susurré.

—¿Te importa?—soltó una carcajada y se apartó.

—¿Por qué me tratas con ese desdén?

—¿Y cómo debería tratarte?—preguntó dándome la espalda—. Dime—dijo en un tono de voz contundente. Se giró hacia mí y me miró.

—Con respeto—dije.

—Te trato con la punta de mi bota porque tú me trataste así.

Echó a correr, con una velocidad propia de nuestra especie, y pronto desapareció de mi vista. Quise llorar, pero contuve mis lágrimas. Tenía razón. Fui un idiota.



No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt