Manfred está desesperado. Comprendo perfectamente sus sentimientos. Ojalá todo haya ido bien para aquellos que conocemos.
Lestat de Lioncourt
Estoy sentado en silencio desde hace un
buen rato. Intento preguntarme a mí mismo si todo ha pasado, pero
temo darme una respuesta que no deseo. Fuera he visto a muchos arder
hasta no quedar nada más que un charco humeante. He escuchado tantas
frases inconexas, el dolor mismo retorciéndose como las ramas
vencidas de un viejo oak de mis viejas tierras, y el murmullo del
silencio que queda tras el penetrante olor del fuego.
Creo que mi vida, como la de muchos
otros, ha quedado ligeramente truncada. Esos años felices, apacibles
inclusive, han finalizado. Ya se conoce la verdad que yace oculta en
cada una de nuestras venas. Una verdad que nos convierte en
marionetas. Y, sin embargo, me siento igual que siempre. Lloro por
todo lo que he amado, pero también por aquellas cosas que ya no
podré amar como antes.
En mis manos viejas, achacosas por el
paso del tiempo antes que el reloj se parara al fin, está esa vieja
fotografía. Su sonrisa es dulce, casi celestial, y creo que sus ojos
muestran una inocencia infinita y un carácter salvaje. Ella era
firme, dura e inteligente. Jamás se dejó doblegar por nada ni
nadie. Murió luchando. Y yo, pese a tenerla siempre en mi memoria,
no fui capaz de hacer lo mismo. No quise irme de éste mundo. Deseé
permanecer y al hacerlo he visto el dolor yacer al lado de unos y de
otros, tocarlos con el fuego y maldecirlos con murmullos de
sacrificio, odio y miseria.
Terminé huyendo de aquel palacio
napolitano. He dejado los hermosos y lustrosos suelos de mármol
blanco, las bóvedas pintadas con frescos que representaban a
rechonchos ángeles y dioses de otras épocas, olvidé que es
contemplar las columnas perfectas, y robustas, de aquellos pasillos y
todas las esculturas que permanecían mudas, e impasibles, frente a
mis pasos achacosos.
Estoy en una vieja capilla olvidada en
algún punto inexacto del mundo. Opté por correr, volar por los
aires y buscar un lugar donde yacer unos días. Días que se han
convertido en meses. Salgo a cazar algunos animales, pero nada más.
Posiblemente en unos días decida salir, observar las estrellas y
buscar a los que amé y aún amo.
Mi nombre no ha sonado en la radio. Ese
dichoso muchacho no recuerda siquiera mi paso por el mundo. Hay un
listado enorme de inmortales que han desaparecido y otros que están
siendo buscados. Quizás debería contactar con él. Desearía volver
a ver a Quinn y decirle que me alegro de ver que está sano y salvo.
Mientras, como siempre, lloraré mis
penas en silencio y buscaré sacar fuerzas de los recuerdos de mi
encantadora Virginia.
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