Arion siempre me ha parecido muy extraño y complejo, igual que Petronia. Personalmente no puedo hablar mucho de ellos más allá de lo que me ha contado Quinn, pero me parecen seres interesantes en todos los aspectos.
Lestat de Lioncourt
Cuando la conocí supe que ella debía
ser libre y saborear cada momento como yo no lo había logrado hacer.
Comprendí que quería ver su felicidad brillar en sus ojos oscuros,
esbozarse en una sonrisa y ver la fuerza de sus brazos rodeándome.
Me dije a mí mismo que la liberaría y la llenaría de agasajos,
prendas de seda y lino, joyas hechas con conchas y oro, pequeños
detalles resaltados con palabras simples y sinceras. Confieso que me
enamoré perdidamente de su inusual belleza.
Llevo un rato observándola con el
cabello revuelto. Es una noche apacible aquí en Nápoles. El dolor
parece haber cerrado cada herida. Sus ojos parecen tristes, pero sólo
está preocupada. Hay cosas que no cambian. Mira los camafeos que
hizo hace décadas, pasa sus dedos por ellos y se dice así misma si
tiene talento. No sé cuántas veces la he rodeado, susurrado a su
oído que la quiero y que es arte cada pieza que deja en las vitrinas
de nuestro hogar, vende o expone en galerías.
No me importa esa pose desgarbada y
masculina, pues sé que tras su americana y su trenza perfecta,
existe una mujer coqueta que juega con ventaja. Sus pómulos
marcados, sus labios carnosos y seductores, esas pestañas pobladas
que provocarían mil huracanas en cada pestañeo y sus manos, suaves
y finas pese a lo grandes, son perfectas para acariciarte el alma sin
necesidad de tocarte. Mi único interés ésta noche es hacerla
feliz, como cada día. Me pregunto si lo hago, pero no soy capaz de
confesárselo. Sólo aguardo a que me mire, sonría con cierta
pesadumbre y se abrace a mí con alguna palabra dulce. Aún me
necesita, por eso sé que siempre regresa tras sus largos días de
soledad. No pregunto adónde va, pues sólo necesito tener confianza
en su regreso.
Podría acercarme, dejar mis manos
sobre sus hombros y besar sus mejillas. Podría hacerlo. Sería
sencillo. Sin embargo, estoy acostumbrado a estar y no estar.
Prefiero que ella venga, que me necesite realmente, y ser su
fortaleza. Me gusta ser la columna del muro firme, alto y fuerte que
ella construye alrededor de todos. Estoy enamorado de cada uno de sus
gestos. El amor para siempre, ese que dicen que no existe, yace en mi
corazón y aún bombea tímido cuando ella me mira con dulzura. Las
peleas son cotidianas, pero también las palabras tiernas y el
secuestro de mis labios por sus besos a escondidas.
—Petronia, te he comprado nuevos
materiales. Sé que deseas volver a crear arte, dejar tu alma en cada
pieza, y sentirte llena aunque sea por unas horas—he logrado decir,
pero ella sólo se ha echado a reír acariciando el cristal de las
vitrinas. Creo que ella sabe que sólo sé pensar en ella y su
felicidad, del mismo modo que sé que ella regresa a mí porque de
ese modo soy feliz.
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