Ashlar no era un monstruo. Creo que sólo intentaba sobrevivir, como cualquier otro. Llevaba consigo una carga que no era suya, pues él sólo buscaba la felicidad de los suyos.
Lestat de Lioncourt
He aprendido que el mundo se acaba,
pues el ser humano está dispuesto a destruirse dentro del círculo
vicioso de la codicia. Cuando más poseen más desean, cuando menos
riquezas tienen en sus manos más felices llegan a ser. He visto
sonreír a niños con tan sólo unos zapatos nuevos, pero en éstos
tiempos muchos arrojarían esos zapatos por la ventana si no poseen
una marca de renombre. Decidí apostar por ser parte de ese círculo,
aunque intentaba implicarme en la autestirdad y la bondad de otras
épocas.
La soledad me consumía. Muchos creen
que el dinero, el poder y las posibilidades de ir dónde uno desea,
cuándo y cómo, es sin duda el origen de la felicidad. Pero yo, un
ser que creía ser el último de un mundo que llegamos conquistar y
comprender, me sentía lleno de una tristeza irrevocable. Como si
fuese un niño intentaba alejar el espanto de la muerte, de una
eternidad vacía y de unas manos monstruosas que se vieron salpicadas
con la sangre de sus propios descendientes. Observaba las vitrinas
llenas de ojos ilusos, aunque apagados de toda vida, sonriéndome en
sus pequeños cuerpos y alzando una belleza que perduraba pese a las
décadas. Mi colección de muñecas era, sin duda alguna, la fuente
de mi felicidad.
Ellas sabían mi secreto. Solía
conversar con aquellos juguetes como si poseyeran alma. Les di un
nombre, una historia, unos sentimientos y unos cuidados propios de
unos hijos. De entre todas ellas destacaba Bru, la primera y la más
maravillosa. Tenía el cabello estropeado, por el paso de los años,
pero poseía una belleza mágica y unas cualidades indescriptibles.
Me sentaba frente a ellas, contaba mi terrible día mientras daba
sorbos a un enorme vaso de leche, y sollozaba por el dolor que sentía
ante lo que contemplaba día tras día desde mi despacho.
No me servía tener un museo del motor,
unos grandes jardines, mansiones desperdigadas por todo el mundo,
grandes inversiones, una empresa juguetera que tenía raíces en todo
el mundo y millones de trabajadores orgullosos de pertenecer a mi
imperio. Volvía ser el rey de un mundo de muñecas. Un rey sin
reino, pero sí con súbditos fieles que siempre recordarían su paso
por la historia del mundo. Ante todos los humanos era un hombre de
belleza y cualidades admirables, pero en realidad era un monstruo de
leyenda que hubiesen capturado, diseccionado y expuesto en su propio
museo.
Recordaba las últimas palabras de mi
último y gran amor, aquella hembra cuyo nombre aún me hiere. Vi en
sus ojos el dolor, en las llamas la verdad y en sus palabras una
sentencia de muerte terrible. Moriría solo. Ella me lo había dicho.
Me arrebató el aliento el saber que quedaría destruido. Sería el
rey de mi propia miseria. Sin embargo, seguía con la esperanza
depositada en un posible futuro, en un encuentro con una hembra o un
macho de mi especie.
El Dios humano parecía bondadoso, pero
sólo trajo miseria a mi pueblo. Quise ofrecerles la redención,
olvidando que nosotros teníamos nuestro propio paraíso. Acepté que
me golpeara la estupidez, la sinrazón, la hipocresía y la
inmoralidad. Me convirtieron en santo de una religión que aborrezco
y temo. El ser humano, el hombre como bien se llaman ellos, me mostró
su lado más cruel y aún así no los odié. El verdadero culpable
fui yo. No comprendí que no podíamos vivir entre ellos, ser como
ellos y tener sus costumbres, así como sus religiones. Sin embargo,
terminé convertido en un empresario de éxito, nombrado en cientos
de revistas y periódicos, llamado soltero de oro, tachado de hombre
recto y bondadoso centrado en las obras sociales y en la ayuda al
prójimo. Me convertí en un Mesías urbano. Fui el símbolo de
muchos creyentes, pero en realidad no creía en nada. Ya no tenía
esperanzas.
Entonces, cuando ya creí que el mundo
me daba la espalda hacia un silencio perpetuo, los brujos vinieron
con su amistad y la historia de unos Taltos que nacieron del vientre
de la mujer. Ella era hermosa, fuerte, capaz de matar con sólo
desearlo y él tenía el poder del arrojo, la pasión, la bondad en
sus ojos azules y la culpa en sus hombros. Los amé. Creo que ellos
también me amaron. Y finalmente, tras un largo encuentro, comprendí
que ellos guardaban ciertos secretos que no sabían confesar. Había
otra hembra. Una hembra que me llevé para mí. Una hembra tan
similar a mi gran amor. Una mujer que me amó y que quedó debilitada
por todos los hijos que me ofreció, los mismos que intentamos
proteger y que acabaron deseando nuestra muerte.
He aprendido que los sueños deben
intentar cumplirse, que las religiones pueden ser peligrosas y que no
hay que rendirse jamás. También he comprendido que no todo sale
como uno desea, pero siempre merece la pena intentarlo porque a eso
llamamos vida.
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