Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 4 de abril de 2015

Mi verdad

Ashlar no era un monstruo. Creo que sólo intentaba sobrevivir, como cualquier otro. Llevaba consigo una carga que no era suya, pues él sólo buscaba la felicidad de los suyos. 

Lestat de Lioncourt


He aprendido que el mundo se acaba, pues el ser humano está dispuesto a destruirse dentro del círculo vicioso de la codicia. Cuando más poseen más desean, cuando menos riquezas tienen en sus manos más felices llegan a ser. He visto sonreír a niños con tan sólo unos zapatos nuevos, pero en éstos tiempos muchos arrojarían esos zapatos por la ventana si no poseen una marca de renombre. Decidí apostar por ser parte de ese círculo, aunque intentaba implicarme en la autestirdad y la bondad de otras épocas.

La soledad me consumía. Muchos creen que el dinero, el poder y las posibilidades de ir dónde uno desea, cuándo y cómo, es sin duda el origen de la felicidad. Pero yo, un ser que creía ser el último de un mundo que llegamos conquistar y comprender, me sentía lleno de una tristeza irrevocable. Como si fuese un niño intentaba alejar el espanto de la muerte, de una eternidad vacía y de unas manos monstruosas que se vieron salpicadas con la sangre de sus propios descendientes. Observaba las vitrinas llenas de ojos ilusos, aunque apagados de toda vida, sonriéndome en sus pequeños cuerpos y alzando una belleza que perduraba pese a las décadas. Mi colección de muñecas era, sin duda alguna, la fuente de mi felicidad.

Ellas sabían mi secreto. Solía conversar con aquellos juguetes como si poseyeran alma. Les di un nombre, una historia, unos sentimientos y unos cuidados propios de unos hijos. De entre todas ellas destacaba Bru, la primera y la más maravillosa. Tenía el cabello estropeado, por el paso de los años, pero poseía una belleza mágica y unas cualidades indescriptibles. Me sentaba frente a ellas, contaba mi terrible día mientras daba sorbos a un enorme vaso de leche, y sollozaba por el dolor que sentía ante lo que contemplaba día tras día desde mi despacho.

No me servía tener un museo del motor, unos grandes jardines, mansiones desperdigadas por todo el mundo, grandes inversiones, una empresa juguetera que tenía raíces en todo el mundo y millones de trabajadores orgullosos de pertenecer a mi imperio. Volvía ser el rey de un mundo de muñecas. Un rey sin reino, pero sí con súbditos fieles que siempre recordarían su paso por la historia del mundo. Ante todos los humanos era un hombre de belleza y cualidades admirables, pero en realidad era un monstruo de leyenda que hubiesen capturado, diseccionado y expuesto en su propio museo.

Recordaba las últimas palabras de mi último y gran amor, aquella hembra cuyo nombre aún me hiere. Vi en sus ojos el dolor, en las llamas la verdad y en sus palabras una sentencia de muerte terrible. Moriría solo. Ella me lo había dicho. Me arrebató el aliento el saber que quedaría destruido. Sería el rey de mi propia miseria. Sin embargo, seguía con la esperanza depositada en un posible futuro, en un encuentro con una hembra o un macho de mi especie.

El Dios humano parecía bondadoso, pero sólo trajo miseria a mi pueblo. Quise ofrecerles la redención, olvidando que nosotros teníamos nuestro propio paraíso. Acepté que me golpeara la estupidez, la sinrazón, la hipocresía y la inmoralidad. Me convirtieron en santo de una religión que aborrezco y temo. El ser humano, el hombre como bien se llaman ellos, me mostró su lado más cruel y aún así no los odié. El verdadero culpable fui yo. No comprendí que no podíamos vivir entre ellos, ser como ellos y tener sus costumbres, así como sus religiones. Sin embargo, terminé convertido en un empresario de éxito, nombrado en cientos de revistas y periódicos, llamado soltero de oro, tachado de hombre recto y bondadoso centrado en las obras sociales y en la ayuda al prójimo. Me convertí en un Mesías urbano. Fui el símbolo de muchos creyentes, pero en realidad no creía en nada. Ya no tenía esperanzas.

Entonces, cuando ya creí que el mundo me daba la espalda hacia un silencio perpetuo, los brujos vinieron con su amistad y la historia de unos Taltos que nacieron del vientre de la mujer. Ella era hermosa, fuerte, capaz de matar con sólo desearlo y él tenía el poder del arrojo, la pasión, la bondad en sus ojos azules y la culpa en sus hombros. Los amé. Creo que ellos también me amaron. Y finalmente, tras un largo encuentro, comprendí que ellos guardaban ciertos secretos que no sabían confesar. Había otra hembra. Una hembra que me llevé para mí. Una hembra tan similar a mi gran amor. Una mujer que me amó y que quedó debilitada por todos los hijos que me ofreció, los mismos que intentamos proteger y que acabaron deseando nuestra muerte.


He aprendido que los sueños deben intentar cumplirse, que las religiones pueden ser peligrosas y que no hay que rendirse jamás. También he comprendido que no todo sale como uno desea, pero siempre merece la pena intentarlo porque a eso llamamos vida.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt