Antoine es un ser excepcional, por eso lo salvé de la mortalidad. Pensé que había muerto, pero al verlo vivo me hace sentir satisfecho y esperanzado.
Lestat de Lioncourt
La música invade mi alma y arrulla a
mis demonios hasta que llegamos a la inconsciencia. Mis dedos se
mueven pellizcando las cuerdas, cometo mil pecados con el arco del
violín y siento su voz clamar una danza frenética. Mis pies
convocan a mi cuerpo deslizándose por los baldosines de mármol,
mientras mi espalda se arquea y mi mis cabellos se liberan de la
cinta de terciopelo añil. Mis carnosos labios toman una mueva de
suprema felicidad. Puedo notar como me convierto en marioneta de mil
sentimientos, recuerdos y sueños que han sido desterrados de éste
mundo. Nada podría hacerme más feliz.
La cordura muere y germina el deseo.
Mis dedos tocan el paraíso. Mi corazón late apasionado bajo la fina
camisa de algodón con puños de encaje. Siento la mirada del ángel
apasionado del piano. Sus ojos azules se convierten en los de un
hermoso felino. En el fondo de mis recuerdos, allí donde vuelvo a
ser humano, lo puedo sentir suspirando cerca de mi nuca, erizando mi
piel. Él no regresó. Me hundí en la húmeda tierra cargada de
perfumes funestos, pero la música penetró en cada fibra de mi
cuerpo. Resucité buscándola a ella. La dama del piano, el ángel
que se convierte en demonio pérfido de hermoso rostro, y sirena de
las ondas de radio. Me he convertido en una cacofonía que danza a su
lado. Mi violín rescata cada palabra que él me ofreció. El amor y
el odio, la desesperanza y los sueños, caminan entre la tristeza y
la felicidad.
El perfume de la muerte se puede
respirar en nuestras prendas, así como la sangre que ilumina
nuestras mejillas. Sus delicadas manos se convierten en alas y las
notas de su piano en salmos de la Biblia. En la oscuridad nos hace
compañía un demonio distinto, de cabellos de fuego, que merodea
ciego pese a sus enormes ojos castaños. El amor surge entre los
altos y resistentes muros, las amplias salas y los frescos de cada
habitación. La música llega hasta la biblioteca donde unos ojos
verdes, como los de un enorme felino, esperan pacientemente la
llegada del príncipe azul que todos deseamos tener entre nosotros. Y
no muy lejos, sentado frente a un pequeño despacho, un muchachito de
piel morena se oculta tras un enorme sombrero con ideas de adulto.
Vengan. Por favor. Vengan a nosotros.
Os esperamos con los brazos abiertos. Necesitamos que sean intrépidos
y dejen la incredulidad a un lado. Unámonos. Maquillemos el dolor,
el aroma del fuego y la amargura con un poco de esperanza. Pintemos
en nuestros corazones una nueva melodía.
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