Santino fue un gran maestro para Armand, aunque Marius no lo ve así.
Lestat de Lioncourt
—El dolor es eso que nos carcome a
todos como si fuéramos muebles cargados de polillas. Sin embargo,
esas polillas son parte de nosotros. Es una infección que puede
fortalecernos. Nuestros pasos pueden volverse más inseguros, torpes
e incluso erráticos. Con el tiempo nos volvemos fríos, temibles y
audaces. Cada pisada nos aproxima a la reconciliación de nuestras
heridas—su rostro estaba ligeramente iluminado por el fuego.
Jamás había visto a un hombre con sus
facciones tan duras, pero atractivas. Tenía unos ojos castaños muy
intensos, con pestañas muy pobladas y ligeramente almendrados.
Poseía una boca carnosa y un mentón fuerte. Tenía el rostro mal
rasurado y la piel ligeramente tostada.
—El dolor nos impulsa a recorrer el
mundo y buscar nuestro sendero—sonrió amargamente—. Para los
seres como nosotros, cargados de dolor y miseria, sólo queda un
camino. Somos los hijos de Satán. Tenemos que seguir a la serpiente
que nos echó del Paraíso y nos dotó de una capacidad sobrehumana.
Recordaba los frescos que había
pintado Marius. Vino a mí el olor del óleo, las pinturas, la mezcla
con el huevo, el ruido del pincel sobre el lienzo o el muro, las
luces y sombras, la ira de los dioses, los hermosos ángeles, la
Natividad representada de mil formas, mis alas negras cubriendo mi
espalda desnuda y mis ojos clamando piedad a una corte celestial y
también, porqué no, recordé a los clérigos encerrados en sus
celdas sin disfrutar la belleza de la vida, el sabor amargo del vino
y del pan recién horneado. Vino a mí, como por arte de magia, el
sabor del salitre y las lágrimas derramadas en las inmundas bodegas.
Pude escuchar el crujir de las tablas del barco, y como casi
zozobraba, mientras los golpes venían de un lado a otro y mis
piernas tenían que abrirse ante los placeres de otros y las
crueldades de muchos.
—Puede volverte loco—susurré.
—No si eres fuerte. Y tú lo eres.
Harás de tu corazón la piedra angular de tu poder—se incorporó
de su silla de respaldo alto, acarició con cuidado un cráneo de uno
de los mortales que había lanzado a las llamas y me lo dejó entre
mis manos—. Mira sus cuencas. Hace unas noches tenía vida y ahora
sólo es el símbolo de la muerte. Nosotros somos ese símbolo—me
tomó del rostro y me miró a los ojos profundamente. Era inquietante
ver a un hombre tan atractivo con esas facciones tan duras, pero a la
vez bondadosas. Me recordaba a un santo. Quería pintarlo, pero
estaba olvidando incluso ese pequeño placer. Jamás fui un grande ni
consideré ese mi oficio. Pero quise hacerlo—. Si deseas amor que
sea el de Satán, no el de tus víctimas. Los mortales deben
temernos, pues ahora nos desprecian y se burlan de nosotros
disfrutando de una vida que nos fue injustamente arrebatada. Nosotros
los condenamos en nombre de Dios y del Diablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario