Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 6 de mayo de 2015

Nostalgia

Estaba allí, frente a la ventana, como si perteneciese a ese pequeño rincón. La tenue luz de la hoguera de la chimenea iluminaba parcialmente su rostro. Tenía el cabello negro, algo ondulado y caía alegremente por su espalda desnuda. Su piel tenía rasguños de mis uñas y mordiscos. Jamás teníamos una conversación decente. “Nuestra conversación” se basaba a veces en un torbellino de placer y en miles de reproches. Sabía que él no era feliz. Se sentía como un ave atrapada en una jaula de oro, pero ésta jaula era un pueblo perdido en un valle y lleno de ignorantes que ni siquiera sabían soñar.

Mis hermanos me habían estado buscando horas. Lo sabía. Mi padre siempre pedía que regresara pronto a casa. Los golpes llegarían al cantar el gallo y ver que regresaba al castillo, con las ropas mal colocadas y una sonrisa traviesa. Desconocían dónde podían encontrarme. La tabernera cobraba buenas piezas de caza por despistarlos durante horas. Esos malditos zopencos jamás aprenderían. Ellos sólo sabían golpearme para inculcarme las normas que mi padre solía dictar. Esas normas que sólo eran para el menor de sus hijos, pero no para los restantes.

Nicolas estaba allí conmigo. Ambos nos encontrábamos desnudos, cansados y somnolientos. Aún así, pese a todo, era incapaz de dormirme si él no tocaba para mí. Me complacía con la música ascendiendo hacia el techo, hundiéndose en mi corazón y tranquilizándome. Él abría nuestra jaula, la emoción se desbordaba y nos veía a ambos en París recorriendo esos cafés donde la filosofía, la política y el arte llenaban copas cargadas de un vino distinto, pues el vino siempre sabe distinto si no se toma para olvidar penurias.

—¿Alguna vez te has planteado si Dios ve bien todo lo que hacemos?—preguntó acariciando el marco de la ventana.

—¿Dios? Ya te dije que no existe Dios. Y si existe, Nicolas, estoy seguro que no depara en nosotros. ¿Qué le hemos dado a él para que se fije en dos motas de polvo en mitad del universo? Nada. Cuando triunfemos quizás ese Dios, ese en el que todos parecen creer, nos de una señal—dije incorporándome.

—Entonces... llévame lejos de aquí—se giró y me miró decidido.

Esos ojos oscuros calentaron mi alma encendiendo los fuegos de los infiernos. Noté como caminaba hacia mí y se hacía hueco entre mis brazos. Noté el aroma de su cabello, la fragancia del sexo pegada a su piel salada por el sudor y sus manos acariciando mi torso. No hicimos nada más. Pero algo germinó en mí: una idea. Si queríamos ser libres, alejándonos de miradas indiscretas y consiguiendo nuestros sueños, teníamos que ir mucho más allá del valle. Debíamos irnos a París.

Ahora, en mi cómoda biblioteca, observaba aquellos recuerdos como un suspiro. Amel estaba allí, como si fueran unos dedos que apretaban mi nuca. No decía nada. Pero él sufría como yo. Quería decir algo, pero no encontraba las palabras idóneas.

—Querías sentir. Ahora sientes nostalgia—murmuré.

—Nostalgia—dijo con un tono melancólico.




Lestat de Lioncourt 

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Lestat de Lioncourt