Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 5 de mayo de 2015

Un sorbo

Él decía en su libro que Daniel le traía sin cuidado, pero es falso. Armand está tomando notas de Marius.
Lestat de Lioncourt


Una ligera lluvia caía sobre New York. Las nubes no permitían ver las diminutas estrellas que aún podían contemplarse, pues los rascacielos y sus eléctricas luces eclipsaban la luz que provenía de ellas. Llevaba un chaquetón gris bastante grueso que me refugiaba del frío, un jersey de lana de cuello cisne color celeste, unos jeans y unas botas con el forro de lana. Llevaba mis cabellos rojizos sin cubrir, así que tenía la cabeza empapada. El flequillo caía sobre mi frente y rozaba mis perfiladas cejas. Cualquiera que me viese en ese momento diría que era un chiquillo perdido, pero iba acompañado. 

Por primera vez Daniel me seguía sin esa mirada perdida, sino con un aire poderoso. No sabía cómo lo había logrado Marius, pero ahí estaba él con un suéter blanco, una chaqueta de cuero forrada con lana y un peto cuyo dobladillo se empapaba en cada charco. Llevaba zapatos más cómodos, pero menos agradables para caminar bajo la lluvia. A él no le importaba. Sólo quería caminar a mi lado y verme cazar. No sabía cuál era el gusto de hacer algo así.

—Marius ha hecho una gran labor contigo—dije.

Nuestro hacedor se encontraba con Everard en la biblioteca francesa que poseía en mi vivienda de tres plantas. Allí redactaba nuestras leyes que quedarían fijadas para todos los miembros, desde el recién nacido en la oscuridad hasta el más antiguo en la Senda del Diablo. Everard, tan delgado e interesado en comprender todo lo que caía en sus manos, había terminado perdonando las afirmaciones de Marius sobre él. Ahora ese vampiro, delgado y de nariz puntiaguda con boca carnosa, se concentraba en otros quehaceres más que vengarse de Marius u odiar profundamente a Rhoshmade.

—Sí, lo hizo—respondió tomándome del brazo, para tirar suavemente de éste y poder pegarme a él—. No te odio.

—Es un alivio—susurré con una breve sonrisa—. Al menos tú no me odias.

—Benji tampoco te odia, pero es demasiado joven para comprender lo que tú has sufrido. Él también lo ha hecho, pero en menor medida. Además, pertenecéis a dos épocas muy distintas. Intenta comprenderte, cosa que no es fácil, y permanece a tu lado porque no sabría vivir sin ti, sin vuestras discusiones y momentos de paz—tenía la lengua suelta. Era la primera vez tras tantos años que era capaz de hablar de ese modo.

—¿Ya no te parezco un desgraciado?—reí bajo mientras me soltaba—. ¿No soy un demonio con cara de ángel? ¿No crees que soy un jodido bastardo con el rostro de un niño de coro de iglesia?—alcé mis cejas y esperé su reacción.

Él me tomó del rostro y me besó. Creo que lo hizo sólo para que me callara. Al despegar sus labios de mí me miró con cierta compasión y negó con la cabeza. La lluvia seguía cayendo. Nos calaba ya hasta los huesos. Pero allí estábamos en medio de una de las avenidas más concurridas dando el espectáculo del año.

—Te debo una disculpa. Tenías miedo de hacerme daño y sólo lo hiciste para protegerme de una muerte segura de haber sido mortal—explicó acariciando mis redondas mejillas—. No puedo decirte que no te he odiado, pero el sentimiento que tengo ahora es de aprecio. Aprecio lo que hiciste. Sobre todo aprecio que me hubieses llevado con Marius.

—Ese imbécil me dejó tirado siendo un recién nacido. Ya era hora que se encargara de alguien joven y que no le odiara por ser un mentiroso—una larga carcajada salió de su boca y acabó apartándose, revolviendo mi pelo, para seguir caminando.

—Vamos, tengo sed—dijo.

—Sí.

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Lestat de Lioncourt