Él decía en su libro que Daniel le traía sin cuidado, pero es falso. Armand está tomando notas de Marius.
Lestat de Lioncourt
Una ligera lluvia caía sobre New York.
Las nubes no permitían ver las diminutas estrellas que aún podían
contemplarse, pues los rascacielos y sus eléctricas luces eclipsaban
la luz que provenía de ellas. Llevaba un chaquetón gris bastante
grueso que me refugiaba del frío, un jersey de lana de cuello cisne
color celeste, unos jeans y unas botas con el forro de lana. Llevaba
mis cabellos rojizos sin cubrir, así que tenía la cabeza empapada.
El flequillo caía sobre mi frente y rozaba mis perfiladas cejas.
Cualquiera que me viese en ese momento diría que era un chiquillo
perdido, pero iba acompañado.
Por primera vez Daniel me seguía sin
esa mirada perdida, sino con un aire poderoso. No sabía cómo lo
había logrado Marius, pero ahí estaba él con un suéter blanco,
una chaqueta de cuero forrada con lana y un peto cuyo dobladillo se
empapaba en cada charco. Llevaba zapatos más cómodos, pero menos
agradables para caminar bajo la lluvia. A él no le importaba. Sólo
quería caminar a mi lado y verme cazar. No sabía cuál era el gusto
de hacer algo así.
—Marius ha hecho una gran labor
contigo—dije.
Nuestro hacedor se encontraba con
Everard en la biblioteca francesa que poseía en mi vivienda de tres
plantas. Allí redactaba nuestras leyes que quedarían fijadas para
todos los miembros, desde el recién nacido en la oscuridad hasta el
más antiguo en la Senda del Diablo. Everard, tan delgado e
interesado en comprender todo lo que caía en sus manos, había
terminado perdonando las afirmaciones de Marius sobre él. Ahora ese
vampiro, delgado y de nariz puntiaguda con boca carnosa, se
concentraba en otros quehaceres más que vengarse de Marius u odiar
profundamente a Rhoshmade.
—Sí, lo hizo—respondió tomándome
del brazo, para tirar suavemente de éste y poder pegarme a él—.
No te odio.
—Es un alivio—susurré con una
breve sonrisa—. Al menos tú no me odias.
—Benji tampoco te odia, pero es
demasiado joven para comprender lo que tú has sufrido. Él también
lo ha hecho, pero en menor medida. Además, pertenecéis a dos épocas
muy distintas. Intenta comprenderte, cosa que no es fácil, y
permanece a tu lado porque no sabría vivir sin ti, sin vuestras
discusiones y momentos de paz—tenía la lengua suelta. Era la
primera vez tras tantos años que era capaz de hablar de ese modo.
—¿Ya no te parezco un
desgraciado?—reí bajo mientras me soltaba—. ¿No soy un demonio
con cara de ángel? ¿No crees que soy un jodido bastardo con el
rostro de un niño de coro de iglesia?—alcé mis cejas y esperé su
reacción.
Él me tomó del rostro y me besó.
Creo que lo hizo sólo para que me callara. Al despegar sus labios de
mí me miró con cierta compasión y negó con la cabeza. La lluvia
seguía cayendo. Nos calaba ya hasta los huesos. Pero allí estábamos
en medio de una de las avenidas más concurridas dando el espectáculo
del año.
—Te debo una disculpa. Tenías miedo
de hacerme daño y sólo lo hiciste para protegerme de una muerte
segura de haber sido mortal—explicó acariciando mis redondas
mejillas—. No puedo decirte que no te he odiado, pero el
sentimiento que tengo ahora es de aprecio. Aprecio lo que hiciste.
Sobre todo aprecio que me hubieses llevado con Marius.
—Ese imbécil me dejó tirado siendo
un recién nacido. Ya era hora que se encargara de alguien joven y
que no le odiara por ser un mentiroso—una larga carcajada salió de
su boca y acabó apartándose, revolviendo mi pelo, para seguir
caminando.
—Vamos, tengo sed—dijo.
—Sí.
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