—No deberías hacer esa
imprudencia—dijo desde la puerta de la sala. Me miraba con sus ojos
verdes implorando que parase. Sin embargo, no podía detenerme.
Estaba cansado de mantenerme al margen. Quería hacerlo. Estaba
decidido a ir al concierto y explicarles a todos lo que yo sabía.
Nadie más diría que guardaba un secreto que podía salvarnos,
liberarnos o masacrarnos. Jamás sabe uno qué ocurrirá cuando una
verdad es liberada y yo tenía en mis manos la caja de Pandora.
—¿Por qué no?—pregunté con una
sonrisa maliciosa— ¿Acaso te importa lo que a mí me suceda?
—Lestat, hace cinco minutos que nos
hemos reconciliado y ya estás discutiendo conmigo—susurró
frunciendo el ceño, para luego negar ligeramente con la cabeza y
aventurarse a entrar a la habitación donde me encontraba.
—Yo no estoy discutiendo. Eres tú
quien discute un tema que ya ha sido zanjado. He tomado mi decisión,
Louis. Deberías estar feliz, ¿no es así? ¿Por qué no lo estás?
Voy a decirles a todos lo que sé, lo que tú tanto pedías, y ahora
temes que suceda algún imprevisto—dije aproximándome a él.
Estábamos frente a frente. Mis ojos se
deslizaban por aquella elegante figura pese a las ropas que llevaba
ahora. Él era elegante, majestuoso, incluso con aquella simple
camisa de algodón y esos pantalones vaqueros algo descuidados. Se
veía atractivo, aunque me extrañaba que se hubiese cortado el pelo.
Prefería que lo dejase largo. La próxima noche impediría que lo
hiciese, como así hice, porque amaba ver la vieja imagen de mi amado
Louis. Un ser de otro tiempo. Un ser enmarcado en una época que era
mucho más difícil, aunque soñadora, que la que vivíamos. Teníamos
menos medios para sobrevivir, menos fascinación hacia lo oculto,
pero nos rodeaba la belleza del desconocimiento, lo salvaje y la
pasión desmedida de nuestra época.
—Louis...—susurré tomándolo de
los brazos. Apreté mis dedos contra su camisa, sintiendo así cada
músculo de sus brazos, mientras me dejaba guiar por esos ojos llenos
de rabia y amor. ¡Cuánta melancolía! ¡Cuánto temor! Y a la vez,
como no, veía la misma fascinación con la cual yo le miraba—. No
pasará nada.
—Siento el peligro—balbuceó a
punto de llorar. Parecía conmovido por estar a mi lado, y a la vez
francamente arrepentido de sus estúpidas palabras llenas de rencor.
Había mentido, él lo sabía, pero era una licencia poética que
tuvo que usar como truco para atraerme hacia él.
—Y yo siento un amor por ti que jamás
creí poder confesar...—acto seguido lo besé.
Sí, lo besé. Hice que se callara con
un magnífico beso. ¿Acaso no podía hacerlo? Después le pedí que
se fuese a descansar y yo hice lo mismo. La noche siguiente sería
mía. Sería mi noche. Sería la noche del vampiro Lestat.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario