Conocí ciertas cosas sobre Lasher gracias al relato de Rowan y otros Mayfair. Supe de él y de su destino, así como lo que ocurrió después. Una historia perversa e interesante.
Lestat de Lioncourt
—Moveré los hilos, moveré los
vientos, moveré el mundo y la vida brotará de nuevo de mis labios,
saborearé el vino, sentiré el calor del sol calentando mi piel y
podré notar mis piernas cansadas tras una noche de pasión. El mundo
se rendirá a mis pies—decía mientras caminaba por la habitación.
Ella me miraba perpleja. En sus manos
estaba la joya que tanto había codiciado. Era un símbolo de mi
lealtad, pero también de mis deseos. La serviría hasta que al fin
su linaje me diese la oportunidad de regresar. En ésta vida las
puertas se abren con la llave indicada.
—Póntela—dije con desdén—.
Póntela y disfrútala, pues soy tu siervo y tu siervo ha logrado lo
que quería. Lúcela para que todos admiren tu belleza y el poder que
sustentas—expliqué deteniéndome.
Mis pasos no se escuchaban, pero mi voz
llegaba a sus oídos alta y clara. Mi aspecto era descuidado, igual
al del noble que una vez fui, mientras mis manos de largos dedos se
movían acariciando el aire. Parecía tan real que ella prácticamente
podía escuchar mi respiración, pero a penas podía generar esa
ilusión. Todavía era débil. Sólo era un fantasma que intentaba
imitar la vida y codiciaba un cuerpo apropiado. Su sangre, su linaje,
me lo daría y al fin podría volver a ser parte del mundo. Ella, sin
saberlo, era descendiente de mi familia, la misma que me ofreció a
mí en sacrificio.
—¿Mi siervo?—preguntó con una
sonrisa erótica cargada de deseo—. ¿Sólo mi siervo?
—¿Y qué soy para ti entonces?—dije
mirándola a los ojos, aunque sólo era una magnífica ilusión—.
¿Tu amante?—esbocé una sonrisa suave en mis labios, tan sólo una
ligera mueca, mientras me acercaba a ella y levantaba la piedra por
la fina cadena de oro blanco—. Tu gran amor son las joyas, la
ambición de un poder superior al de cualquier otra bruja y yo soy tu
siervo.
—En las noches siento el placer de
tus manos, aunque tus besos no tengan sabor. Puedo notar tu miembro
haciendo tuyos mis muslos calientes e indecentes—susurró
colocándose rápidamente la joya.
Aquella esmeralda verde, como la
esperanza que yo albergaba, brillaba en su cuello rozando su generoso
escote. Deborah tenía su sedoso y largo cabello recogido con unas
hermosas hebillas de plata, su rostro era aún el de una niña y la
ligera pintura de sus labios le daba un aspecto sensual. Era
provocadora. El vestido de satén verde se ajustaba a su voluptuoso
cuerpo, a cada curva y milímetro de piel, junto con su corsé
correspondiente que a penas la dejaba respirar. Allí, frente a mí,
veía el deseo vibrar en todo su ser. La recuerdo bien.
Ella veía a un noble con ropas que aún
no podía considerar fuera de época. Mi jubón negro tenía un
aspecto impecable, pero mi cabello era salvaje y caía más allá de
mis hombros. La barba no estaba cuidada, pues los últimos meses para
mí fueron terribles. Me había alejado de la mano de Dios, había
matado a varias mujeres debido al placer insano que había despertado
en mí, y finalmente, para redimir mis pecados, fui conducido a mi
hogar natal. Esperaba que allí mis crímenes jamás fuesen
descubiertos y pudiese llevar una vida limpia de cualquier pecado
carnal. Sin embargo, me ofrecieron caer una y otra vez, pues querían
a la sangre de mi sangre para verlos arder en una pira funeraria
junto a mí. La quema de los brujos. La muerte más horrenda que
pueda tener cualquier ser.
—Que risa—pronuncié antes de
desvanecerme.
Permanecía allí, presente como
siempre, pero no podía verme aunque sí sentirme. Ella acariciaba su
piedra, sintiéndose especial y poderosa. Por mi parte mi plan
comenzaba a trazarse, pero necesitaba la ayuda de Peter Van Abel. Una
ayuda que no pediría, sino que robaría gracias a sus sentimientos
por Deborah. Sí, no sólo era su esclavo. Ella era mi bruja, mi
amante, mi consentida y él lograría que de germinara en ella una
nueva bruja a la cual le concedería los mimos privilegios que a su
madre.
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