Khayman se sublevó porque era padre y debía cuidar a su descendencia. ¡Lo que hace el amor de un padre! Te hace más justo.
Lestat de Lioncourt
La vida puede ser extraña y
terriblemente complicada. A veces las decisiones deben tomarse
aceleradamente, sin tiempo a meditarlas correctamente, mientras nos
dejamos guiar por las sensaciones o lo que creemos correcto. Pero en
ocasiones lo correcto es una trampa mortal, una red que te atrapa y
te asfixia hasta convertirte en una marioneta del sistema, de la ley
y sus dirigentes. Hace demasiado que decidí no ser marioneta y
convertirme en mi propio dirigente.
Los guerreros, o soldados, tenemos que
soportar consecuencias psicológicas y psiquiátricas de las guerras
en las cuales hemos intervenido. Cuando nuestras manos están
manchadas, el corazón acelerado y la mente truncada por los símbolos
de la patria, de nuestros orígenes, confundimos absolutamente lo
correcto con las obligaciones. Nuestro cerebro está manipulado de
tal forma que creemos que nuestros líderes tienen la razón. Debemos
tomar las armas y destrozar al enemigo sin preguntarnos por sus
sueños, sus ideales, los motivos por los cuales fueron conducidos a
luchar contra nosotros o el alcance del daño que vamos a provocar.
Es por la noche, cuando decidimos intentar descansar, cuando la
mirada de desesperación de un igual, otro guerrero como tú, viene a
tu mente y te recuerda que esos ojos pertenecen al pasado, que
arrancaste una vida como la tuya y que te crees mejor que él por el
mero hecho de estar en otro pelotón.
Decidí no seguir los deseos de Akasha
y Enkil. No quería formar parte de una corte de enajenados donde
destrozaban a otros por el mero hecho de no darles la razón. Dejé
que mi corazón prevaleciera ante la razón. Mi mente dejó de hacer
lo correcto, según mis dirigentes, para hacer aquello que creía
moralmente deseable. Tomé la decisión de ser libre y aceptar las
consecuencias. Si mis manos tenían que mancharse de sangre que no
fuese de inocentes. No quería matar a las mujeres que había
admirado, pero sobre todo no deseaba matar a la madre de mi hija.
Ella me dio la semilla de una nueva vida pura y libre. Debía cuidar
esa vida con la mía propia.
Cuando un padre sostiene a su hijo
entre sus brazos no importa el monstruo que sea, o que haya sido,
porque su alma conecta con los ancestros que observa en su limpia
mirada. Juré protegerla. Pues el monstruo que fui murió cuando ella
nació. Decidí cambiar mi camino y el destino de mis pasos. Sólo me
sublevé ante la crueldad para crear un futuro más estable y libre
para mi sangre, mi semilla... que era también la sangre y semilla de
una mujer que siempre fue inocente.
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