Ahora entiendo porque Daniel lo buscaba de ese modo...
Armand y sus memorias.
Lestat de Lioncourt
Había deslizado sus gafas hasta la
puta de su nariz. Sus ojos, casi violetas, se centraron en los míos.
Dudo muchísimo que pudiese ver algo más allá de sus pobladas
pestañas. Sin embargo, era atractivo. Aquel delgado y rebelde
periodista, el cual era capaz de cualquier cosa por lograr sus
objetivos, me cautivaba. Deseaba comprender el mundo a través de su
ambiciosa alma. Tenía la intensidad del café en sus labios, el
calor del whisky en su piel y el aroma de la nicotina en su ropa
junto a su crema de afeitar. Era casi un muchacho. Creo que no
llegaba a los treinta cuando decidí convertirlo en mi capricho y mi
corazón. Ni siquiera ahora dudo del amor que tenía hacia él, pero
sí sobre el que él pudo tener hacia mí.
—¿Por qué?—lanzó aquella
pregunta que tanto había esperado.
Pude escuchar un ligero suspiro salir
de sus labios precipitadamente. Mis manos no se apartaron de su
mandíbula, del mismo modo que sus codos no se bajaron del respaldo
de aquel sofá. Notaba como le incomodaba que estuviera sentado a
horcajadas sobre él, con aquel traje blanco que me hacía parecer un
niño cándido de una vieja postal ibicenca, pero no estaba dispuesto
a bajarme. Él tenía la camisa negra arrugada, con la corbata mal
anudada y el cabello revuelto. Sus jeans estaban sucios de barro y se
había quitado las botas nada más llegar. En su mano derecha tenía
un cigarrillo recién encendido y en la izquierda, que movía
ligeramente de vez en cuando, un vaso de whisky on the rock.
—Me atraes—dije rodeándole el
cuello con mis brazos. Aparté mis dedos de su rostro para jugar con
el pelo corto de su nuca.
—Tú a mí no—respondió llevando
el vaso de whisky a sus labios, para dar un trago, y luego hizo lo
mismo con el cigarrillo—. Te detesto. Eres un maldito hijo de puta
que me está jodiendo la vida.
—¿Por eso vienes aquí?—susurré
pegando más mi torso al suyo—. ¿Para insultarme y decirme lo malo
que soy?—sonreí con inocencia fingida deslizando mis manos por su
pecho, desabotonando los pocos botones de su camisa que aún quedaban
en su lugar, para luego inclinarme y mordisquear sus pezones—.
¿Vienes a eso?
—Armand...—jadeó apretando el
vaso, pero el contenido cayó sobre aquel elegante sofá de cuero
negro.
De inmediato le quité el cigarrillo y
se lo coloqué en los labios, para que diese otra calada, mientras me
quedaba obnubilado por sus labios apretando aquel veneno legal. Mi
mano izquierda acariciaba su vientre, bajando peligrosamente hasta su
bragueta, mientras intentaba contener mis más bajos instintos.
Deseaba beber de él, saborear su sangre y alimentarme.
—Daniel, ¿me respondes?—dije con
una ligera sonrisa.
Apagué el cigarrillo echándolo en su
copa, dejándola en la mesa de mármol que teníamos a la derecha,
mientras él me seguía con la mirada. Bajé su cremallera y saqué
su miembro comenzando a masturbar su miembro. Él acabó echando la
cabeza hacia atrás dejando que mis dedos hicieran lo que tanto
deseaba.
—No lo sé... Sólo hazlo—balbuceó.
Reí bajo quedándome de rodillas
frente a él. Con cuidado besé la punta de su miembro, rozando mis
labios sobre su glande, para deslizar mi lengua hasta la base de
éste. Sus manos fueron a mis cabellos y se enredaron en cada uno de
mis mechones, tirando de ellos, mientras le observaba. Él disfrutaba
de ese momento como si fuese lo último que fuese a hacer durante su
desastrosa vida.
—Armand...—jadeó incorporándose.
Quedó de pie conmigo hundido entre sus
piernas. Sus manos se aferraban a mi nuca, mi pelo y mi cráneo.
Movía mi cabeza con cuidado, apretaba con deseo y dejaba que mi
lengua reptara por cada milímetro de su sexo. Cuando llegó al final
me aparté permitiendo que manchara mi rostro. Él de inmediato
colocó bien sus gafas para verme y pude notar el deseo electrocutar
su cerebro.
—¿Decías?—dije mirándolo a los
ojos.
—Te amo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario