Ashlar Templeton era un hombre de negocios. Como he dicho muchas veces no lo conocí, pero para mí era un hombre. No hace falta ser humano para ser humano, hombre y testigo de la humildad. Para mí, como para muchos, la humanidad es un sentimiento y no sólo un envase.
Lestat de Lioncourt
La nieve se acumulaba en las calles y
el frío parecía instalarse en el corazón de aquellos que, sin
piedad, veían a los mendigos aterirse en las aceras. Los grises y
firmes edificios se lazaban como gigantescas prisiones de sueños,
esperanzas y decisiones erróneas. El fuego de la chimenea crepitaba
y mi taza de leche caliente calentaba ligeramente mis largos dedos.
Mis ojos, siempre soñadores e inquietos, observaba la miseria con
desesperación. Con un impulso irresistible fui hacia el interfono y
pedí, casi de inmediato, que repartieran mantas y café caliente
entre los mendigos de la zona.
Mi traje impecable negro y mi sobria
corbata color borgoña me daban un aire ilustre, digno y severo. Sin
embargo, en mi corazón había ilusiones similares a las de un niño.
Traje que no echo en falta, pero reconozco que no puedo olvidar los
días fríos y la soledad que me aislaba en aquel despacho gigantesco
y lóbrego para un ser como yo.
Las palmeras se alzan ahora frente a
mí, la arena dorada y fina lo cubre todo, el rugir de las olas del
mar contra las rocas es incesante y el sol calienta mi piel
otorgándome un bronceado que hacía siglos no recordaba tener.
Camino por la orilla casi desnudo, tan sólo vestido con un pantalón
blanco de algodón y una camisa de lino abierta. Mi pelo largo y
negro, pese a mis patillas blancas como la nieve de Nueva York, se
mueve salvaje. Tengo una mirada distinta, sueños distintos,
esperanzas distintas y un amor que calienta mi corazón provocando
que me sienta afortunado.
Frente a mí ella recoge conchas y las
contempla con curiosidad. Las conoce, sabe que son, pero jamás había
tenido unas en sus manos. Es una niña, pero a la vez una mujer que
ya me ha dado varios hijos. Intento que deje atrás el dolor y la
culpa, así como sus terribles celos cuyos motivos son demasiado
firmes. Es cierto que amé a Rowan Mayfair, pero ella fue elegida por
el destino para que la amara y protegiera.
Puedo ver el cielo azul, tan intenso
como mis propios ojos, mezclarse con el verde frondoso de la selva
cercana, tan similar a su mirada. Dos de nuestros hijos nadan entre
las olas salvajes y ríen sintiendo la libertad del paraíso. Pero,
¿durará el paraíso? Espero que sí. No quiero temer más. No deseo
sufrir. He dado todo, he abandonado mi poder y mi moderno trono, por
una vida nueva más sencilla.
No importa los bienes que poseas, sino
el amor que obtengas. Deseo amar y ser amado. Quiero soñar de nuevo
como si fuese un niño. Necesito dormir entre los brazos de una mujer
que me ame. Necesito que nuestra taza prospere lejos del horror y la
barbarie de otras razas cuya humanidad está en entredicho.
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