Lestat de Lioncourt
Tal vez debería guardar todos mis
sentimientos en una caja, encerrándolos bien allí, para que nunca
vuelvan a causar daño. Quizás eso liberaría el alma de las pesadas
dudas y las traiciones ingratas. Es posible que de ese modo al fin
pueda encontrar la felicidad siendo inocente, impoluto... ignorante.
Porque quien ignora sus sentimientos, así como el daño que estos
les causa, puede llegar a formular una sonrisa en sus labios.
Recuerdo todo vivamente y eso quema. Es
como si me lanzaran a un volcán ardiente y mi carne se deshiciera
rápidamente, llegando a mis huesos y éstos, tan frágiles, se
destruyeran en un pestañeo. Me arde la piel al rememorar sus manos
frías, las cuales parecían cinceladas perfectamente en mármol,
acariciando mi torso estrecho y casi infantil.
Los hombres desean amar algo que no sea
únicamente a una mujer, las niñas son muy similares a las mujeres.
Los muchachos, los que son casi unos niños, no nos parecemos a los
hombres y tampoco a las mujeres. Somos como ángeles que abren sus
brazos al amor esperando encontrar la comprensión soñada. Pero ese
sueño sólo nos quema, nos destroza, nos convierte en demonios
retorcidos y escalamos la cima de la locura.
Él me prometió el amor eterno y yo lo
creí. Es como cuando escuchas una canción romántica y por primera
vez la entiendes. Entonces, como si te hubiesen iluminado, comprendes
que has caído en las redes de un sentimiento que sólo te traerá
tragedia.
Ahora contemplo mis sueños, como si
fueran trozos de espejo roto, y me doy cuenta de lo estúpido que he
sido. Aún así todavía me creo sus mentiras y caigo en sus trucos.
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