—¡Nunca me escuchas!—gritó
furibundo—. Estoy cansado de arriesgarme la vida por ti. ¡Harto de
sufrir por ti! ¿Y qué gano yo?—preguntó apretando su torso con
ambas manos.
—La última vez creo que te fue
bastante bien. Mírate, tienes un cuerpo joven y atractivo. ¡Oh! Sin
olvidar la vida eterna...—dije sin siquiera mirarlo.
—¡Lestat! ¡Es necesario que pares y
cedas! Marius tiene razón y lo sabes. Lo sabes muy bien...—dijo
acercándose a mí para agarrarme de las solapas de mi chaqueta—.
Lestat, hazlo de una vez. ¡Madura!
—Las frutas maduran, los vampiros
sólo nos volvemos más nosotros mismos—susurré con descaro
provocando que me empujara contra la mesa próxima a nosotros.
Los documentos cayeron al suelo, igual
que la lámpara, y la mesa se trasladó varios metros. David estaba
frenético. Decía que Louis me necesitaba más de lo que yo podía
imaginar, pero que sólo hacía oídos sordos a sus necesidades.
Complacía a mi compañero con bienes materiales, cosa que no era más
que algo superficial. Según mi buen amigo necesitaba cambiar,
convertirme en un ser menos tranquilo y dejar de ser un hombre de
acción. Eso era imposible.
—Ni el diablo te detendría—chistó.
—El diablo es una marioneta de Dios y
Dios un invento del hombre—respondí incorporándome mientras
acomodaba mi traje—. No puedo cambiar, David. Sólo puedo
responsabilizarme de mis actos, si así lo deseas, pero no puedo
cambiar. Me gusta comprender el mundo, experimentar todas las
sensaciones posibles y arriesgarme.
—Arriesgas algo más que tu
vida...—susurró.
—Quien no arriesga ni gana ni puede
ganar—dije antes de salir por la puerta de su pequeño despacho,
instalado en uno de mis numerosos departamentos. Había cedido un
coqueto espacio en la ciudad, aunque era algo provisional, mientras
él decidía donde estar.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario