Lestat de Lioncourt
—¿Interrumpo?—pregunté entrando
sin llamar.
No era habitual en mí tan escasa
diplomacia, pero me encontraba demasiado solo. La soledad siempre me
perseguía y los recuerdos caían como jarras de agua helada. Podía
sentir los fantasmas del pasado murmurando en mi oído, recordándome
los milenios que había logrado dejar atrás y las vivencias
superadas. Necesitaba hablar con él.
Siempre he considerado a Fareed como
una prolongación de mí mismo. Todavía lo hago. Para mí él es un
vínculo con la realidad, con éste mundo tan diverso y extraño. Fue
un desafío encontrar a alguien que tuviese los conocimientos
necesarios, el arrojo y la voluntad de no dejarse avasallar. Tenemos
en nuestras manos el futuro de un nuevo mundo, un renacer distinto,
que nos puede llevar a una revolución práctica para todos los
nuestros.
—No, sólo terminaba de dar luz verde
a los informes que Lestat nos exigió—respondió sin siquiera girar
su sillón.
Vestía con aquella apropiada bata de
laboratorio. Olía antiséptico. Estaba seguro que había descendido
a los diversos laboratorios y obtenido los informes de primera mano.
Es exhaustivo y jamás deja nada para última hora. Esos informes
habían sido pedidos hacía menos de una semana, pero Lestat lo
tendría vía fax en unas horas.
—¿Cuáles? ¿Sobre los diversos
proyectos que estamos llevando a cabo con la colaboración de la
farmacéutica de Gregory?—pregunté subiéndome a la mesa, muy
cerca del teclado de su magnífico ordenador.
—Correcto—respondió cerrando el
programa, para luego mirarme a los ojos.
Ojos profundos, almendrados como los de
cualquier hindú, que me atrapaban mientras sonreía con aquella boca
carnosa. Rozaba los cuarenta, pero no los aparentaba, cuando decidí
hacerlo mi hijo, compañero, amante y proyecto de vida. Durante
milenios deambulé solitario y perdido, pero hallé la fuente de la
inteligencia en su prodigioso cerebro y su incansable alma. Posee una
actitud y una pose desafiante, aunque calmada. Siempre lo he
admirado.
—Te amo—confesé permitiendo que
mis mejillas se sonrojaran.
Él rió a carcajadas, pues mis
confesiones siempre le tomaban de sorpresa. Sabía que no era su
único amor. Siempre ha querido a Viktor, aunque como un hijo, y a
Flannery, pues es una mujer excepcional altamente cualificada y posee
un espíritu inquebrantable. Yo los amo a los tres, pero él es mi
perdición. Admito que no sabría vivir sin su apoyo y compañía.
Me bajé del escritorio y tomé asiento
sobre sus rodillas, pues se giró en su asiento y abrió sus brazos.
Jamás he dejado de sentir su amor, tan profundo como su colonia
fresca que se pega rápidamente a mis ropas. Entre sus brazos hallo
el cariño que jamás he encontrado en otro lugar, me siento
minúsculo peso a mis casi dos metros de altura.
—Yo también te amo, Seth—respondió
repartiendo sus besos por mi rostro, mi cuello y mis manos.
Amor. Puro amor. No unió el amor por
salvar a millones, pero también nos une el amor que nos profesamos.
Es un amor sin medidas de tiempo y espacio.
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